Parece una broma que Arabia Saudí acuse a Qatar de financiar el terrorismo yihadista. Si hay un país al que se puede vincular con los grupos yihadistas es Arabia Saudí. Gasta mucho dinero en la expansión del wahabismo, su versión rigorista del islam. Cuando el Estado Islámico para Irak y Levante (ISIS) -autodenominado ahora Estado Islámico (EI)- entró en Raqqa, convirtiéndola en su capital en Siria, utilizó los libros de texto saudíes en las escuelas. Se mueven en la misma frecuencia ideológica.

Riad ha apoyado directa e indirectamente al Estado Islámico, tanto en Siria como en Irak. También financia a Jaysh al Islam, la fuerza salafista más importante en Siria fuera del paraguas de Al Qaeda. En ambos países libra una guerra contra los chiíes, la rama minoritaria del islam, y por extensión contra Irán, donde los chiíes son el 90% de la población. Lo mismo en Yemen. Allí el enemigo son los hutíes (chiíes). Esta en juego el poder en la región.

Sembrar alguna duda

Qatar no es inocente. Apoya y financia grupos salafistas más o menos próximos a la ideología de los Hermanos Musulmanes en Siria (Frente al Nusra) y Libia (Ansar el Sharia). Para Riad, los Hermanos Musulmanes son los rivales del wahabismo, le disputan el trono entre los suníes. Los Hermanos Musulmanes consideran que el wahabismo es herético, pero como Arabia Saudí tiene petróleo a espuertas puede imponer qué es ortodoxia y qué heterodoxia.

Deberíamos ponernos de acuerdo en la definición de terrorismo. Al menos sembrar alguna duda en esta película de buenos y malos, sin grises. Existen diferencias entre los grupos armados que apoya Arabia Saudí y los que apoya Qatar. Los segundos no actúan fuera de sus fronteras ni tienen como objetivo principal matar civiles. No es lo mismo el Estado Islámico, que atenta en Londres, Manchester, París, Bruselas, Bagdad, Kabul o Saná, que el Frente al Nusra que mata soldados en Siria. La palabra terrorismo tiene doble uso. Para los que sufren nuestros bombardeos en Afganistán, Pakistán, Siria o Somalia los terroristas somos nosotros.

Qatar y Arabia Saudí se disputan la hegemonía político-diplomática en el mundo suní. Qatar tiene, además de mucho dinero, la cadena de televisión Al Jazira, alimento de la calle árabe y a la que Riad considera culpable de incendiar las primaveras árabes. De ahí nace el actual enfrentamiento. Qatar animó las primaveras mientras que Arabia Saudí ayudó a destruirlas por miedo al contagio, que terminaran por derrocar a la monarquía de los Saud. Les recomiendo un libro esencial para entender: La Casa de Saud (Catarata) de Javier Martín.

La caída de Hosni Mubarak en Egipto benefició a los Hermanos Musulmanes, que ganaron las elecciones democráticas. Arabia Saudí apoyó el golpe de Estado del general Aldelfatá Al Sisi. Por eso Egipto está con Riad en la presión a Catar. Acompañan a Arabia Saudí las demás monarquías del golfo, incluida la de los Al Jalifa en Baréin, un país de mayoría chií cuya brutal represión no ha tenido tanto eco en los medios, quizá porque es la sede la V Flota de EEUU.

Uno de los principales cambios impulsados por Barack Obama fue el acercamiento a Irán. Más allá del asunto nuclear, entendió que Teherán defiende mejor los intereses de EEUU. Fue un desafío a Arabia Saudí. Los demócratas saben que no habrá paz en Siria (los alauíes son una secta chií) e Irak sin el concurso de Irán.

Entre dos fuegos

Donald Trump irrumpe en este escenario con una regresión política de casi 40 años. En su reciente visita a Riad ha firmado la venta de armamento por valor de 100.000 millones de dólares. Se puede decir que Trump vende armas al principal impulsor del yihadismo. La extrema derecha de EEUU y la europea están también en la misma sintonía ideológica que Riad. Los extremos se alimentan de la misma xenofobia al Otro.

Uno de los países entre dos fuegos es Turquía, cuyas políticas están más cerca de Qatar e Irán que de Arabia Saudí. Comparte con ellos comercio e intereses. En esta parte del juego, Trump mueve los kurdos en Siria e Irak como advertencia a Ankara. Otro de los pecados de Qatar es ser pragmático con Teherán. Además de su rivalidad histórica con Arabia Saudí hay un motivo económico: ambos comparten el yacimiento de gas natural de South Pars-North Dome, el más grande del mundo.

Hace algo más de tres años, la arabista Robin Wright, del Institute of Peace and the Wilson Center, publicó un texto en The New York Times titulado: Imaginando un nuevo mapa de Oriente Próximo, en el que manejaba la idea de pasar de cinco a 13 países. No sé si Trump tiene esta idea, solo sé que repite punto por punto el error de todo poder colonial: hacer planes en nombre de la gente sin consultar a la gente.