De Chicago a Chicago: del discurso de la victoria el 4 de noviembre de 2008 en Grant Park, cuando los sueños parecían al alcance de la mano, al último de despedida, hace apenas unos días, que tuvo aroma a derrota, a trabajo incompleto. Han sido ocho años intensos, con más sombras que luces, lastrados por una crisis económica cuyas bases sentaron sus predecesores, incluido Ronald Reagan. No hubo 'Yes We Can' ni grandes epopeyas más allá de ser el primer presidente negro de EEUU. Nos queda un sabor agrio de oportunidad perdida y más ahora que llegan Atila y los hunos.

Tras ocho años de George W. Bush y sus halcones apareció en el firmamento político un joven senador llamado Barack Obama que conectó con el 'yo rebelde' de su país, y del mundo, como no lo había hecho nadie desde John F.Kennedy. También tuvo su Berlín, su baño europeo de masas. Era una estrella de rock. Flotaba en el ambiente un cansancio plúmbeo tras años de manipulación en la guerra contra el terror, una impostura que escondía negocios espurios y una ilegalidad rampante.

Obama representó la corrección de un rumbo equivocado que volverá a extraviarse. Llegó en la estela de la conmoción del 11-S y del fin de la inocencia, cuando creían que América era segura porque libraba las guerras lejos de sus fronteras. El 11-S demostró que el más fuerte era vulnerable. Nadie estaba seguro.

La obamanía entró a la Universidad islámica de Al-Azhar, en El Cairo, donde dictó su discurso más importante destinado al mundo

musulmán. Habló bien, pero hizo poco por Oriente Medio. Ni siquiera por Egipto tras el golpe militar que pareció bendecido por Washington. Y nada por los palestinos, los grandes olvidados de su mandato. Los fuegos de artificio anti Netanyahu del final son la prueba de su impotencia. Y perdió la oportunidad de las primaveras árabes, si es que llegaron a existir.

Siria, el fracaso mayor

De todas las guerras de las que no supo salir, su fracaso mayor esSiria, donde nunca supo qué hacer, a quién apoyar, a quién defender. El balance son ocho millones de desplazados, cinco millones de refugiados, cientos de miles de muertos y un mundo más inseguro y con menos principios.

Llegó el joven Obama a la Casa Blanca, arropado por un tsunami de fervor popular que dejó a los demócratas a las puertas de la mayoría cualificada en el Senado, que permite aprobar cambios de envergadura. Recibió el Nobel de la Paz de en 2009, más por romper el techo racial, que por sus actos, aún inexistentes.

Fue un premio precipitado e injusto. Es cierto que acabó con la práctica de la tortura, pero impulsó el uso masivo de 'drones', aviones no tripulados 'que matan milicianos y civiles y que suponen, de hecho, la entronización de las ejecuciones extrajudiciales. No solo no aminoró los bombardeos sobre Afganistán, Irak, Siria, Libia, Somalia o Yemen, sino que añadió a la lista de objetivos hospitales de Médicos Sin Fronteras.

El presidente del buen rollo y las buenas palabras ha deportado en ocho años a 2,8 millones de inmigrantes sin papeles. Es el que más ha expulsado en 30 años. Obama es un tipo con cartel de estrella, a quien todo se le perdona.

LA REDUCIDA REFORMA SANITARIA

Obama intentó crear un reducido sistema de sanidad pública en EEUU, muy alejado de los estándares europeos, que allá suenan a comunismo. En la negociación con los legisladores republicanos, y los de su partido, cedió hasta aprobar un Frankenstein que no satisfizo a nadie. Le faltaron coraje y apoyos. Ganaron las aseguradoras y los que defienden que la salud es un negocio privado.

Su 'Obamacare' está en el punto de mira de Donald Trump. También el pacto nuclear con Irán (firmado también por Rusia, Alemania, Francia y Reino Unido), y el deshielo con Cuba. El trumpismo quiere eliminar todo vestigio de los años de Obama. Debajo del odio bulle el racismo más burdo. Que su sucesor sea un machista xenófobo es la prueba de que ese sentimiento no es minoritario. La ola que impulsa a Trump es el reverso de la ola de entusiasmo que aupó a Obama.

MÁS ARMAS DE FUEGO QUE PERSONAS

En el debe interno de la presidencia de Obama está el problema racial en EEUU. Con un presidente negro en la Casa Blanca se han multiplicado las muertes de jóvenes afroamericanos a manos de una policía poco preparada y de disparo fácil. Tampoco ha logrado controlar las armas de fuego. Al contrario, con él se han disparado las ventas por temor a una limitación. En EEUU hay más armas que personas.

Ocho años en el Despacho Oval han dejado huellas en el rostro de Obama: perdió la redondez en favor de los huesos prominentes, las arrugas y las canas, y una tristeza en la mirada. Se le fue la luz y la poesía del 2008. Hoy parece un hombre exprimido.

De todas las fotos que acompañan el texto, me llama la atención la del Obama, aún intacto, que parece jugar con las manos. O la del presidente encogido que sigue en tiempo real, junto a su secretaria de Estado, Hillary Clinton, la acción que acabó con Osama bin Laden.Lo presentó como un gran éxito, pero ni eso queda en su haber.

La suya ha sido una presidencia contestada desde una extrema derecha en alza que ha logrado colocar de presidente a un tipo llamado Donald Trump, que dedica más tiempo a tuitear insultos que a pensar. Esta presidencia que se cierra con un poso de decepción, recobrará el prestigio en cuanto seamos conscientes de quién es Trump. Su primera rueda de prensa, repleta de ofensas, augura tiempos autoritarios. Por eso Obama llamó en su despedida a defender la democracia cada día.

Ser el primer presidente negro de EEUU le garantiza un puesto en la historia, y otro en el imaginario popular, sobre todo entre afroamericanos e hispanos. Nos quedan las imágenes simpáticas del Obama bailón, del bromista. Careció de la letra mágica que esperábamos, pero en estos ocho años ha conservado el compás.Mejoró a Bush en todos los aspectos y estoy seguro de que mejorará a Trump. Quedará como una rareza entre dos presidentes peligrosos y mediocres. Uno sentó las bases de las guerras que heredó Obama; esperemos que el siguiente no empiece más.