Fue como una sacudida de alto voltaje para Beeston y Holbeck, barrios ambos de la periferia sur de la ciudad de Leeds, con sus casas unifamiliares de obra vista y ladrillo rojo y sus sábanas tendidas al sol. Por espacio de varios días, durante el mes de julio del 2005, la atención mediática del mundo entero se concentró en aquellos dos anodinos suburbios del norte de Inglaterra, con cientos de periodistas llamando de puerta en puerta y pululando por sus calles en busca de testimonios de vecinos que hubieran convivido de cerca con Shehzad Tanweer y Hasib Husein, dos de los cuatro suicidas que se habían hecho explotar una semana antes en el transporte público londinense. Pero lo que originalmente se trataba de una competitiva cobertura periodística con presencia de los principales medios de comunicación del planeta, se transformó, por obra y gracia de los tabloides británicos, en una suerte de zoco o galería de subastas, con periodistas ofreciendo sustanciosas primas, a voz en grito y sin pudor, distorsionando lo que genuinamente quisieran o pudieran contar quienes conocieron de cerca a los dos terroristas. Bechir Ahmed, tío de Shehzad Tanweer, se dejó ver por South Leeds Fisheries, el puesto familiar de venta de pescado y patatas fritas, poco después de la apertura del comercio, a eso de las 12.15. Los periodistas allí congregados le rodeamos y empezamos a avasallarle a preguntas. El hombre, con la mirada perdida, aún bajo el shock de haber sabido hacía unas horas que su sobrino era el responsable de la muerte de decenas de personas, solo alcanzaba a decir: «Nuestras vidas han sido arruinadas, no es posible aceptar algo así». La improvisada conferencia de prensa fue interrumpida por un allegado, que introdujo a Bechir en un vehículo, al ver que este estaba a punto de derrumbarse. Pero antes de que el coche arrancara, un periodista británico se acercó, habló con uno de los pasajeros, pidió un número de teléfono, que apuntó en su libreta, al tiempo que espetaba: «Nosotros pagamos». Las palabras de Bechir ya eran un producto mercantil. Momentos antes, en una escuela donde había cursado estudios uno de los terroristas, nada se ofrecía de balde, y el lugar era ya tierra quemada. Uno de los compañeros aseguraba tener una foto suya, pero únicamente la entregaría a quien le pagara la suma de dinero que exigía. A medida que pasaban las horas, la posibilidad de encontrar testimonios relevantes iba disminuyendo, fenómeno paralelo al progresivo desembarco de reporteros de tabloides a la búsqueda de una exclusiva periodística.