«Y sugerirle cosas era muy complicado. Aquí, posiblemente, residía el quid de la presidencia Donald Trump: ¿cómo ponerle al corriente de cada tema relacionado con su política y su liderazgo? Él no procesa información de forma normal. No lee. En realidad, ni siquiera hojea nada. Algunos creían que en la práctica no estaba más que semialfabetizado. Confiaba en su propia experiencia, por insignificante o irrelevante que fuera, más que en ninguna otra cosa». «A menudo mostraba confianza, pero también se paralizaba, comportándose no tanto como un sabio sino como una figura con inseguridades balbuceantes y peligrosas. Su respuesta instintiva consistía en atacar y seguir sus instintos. Por más confusos que fueran, le indicaban con claridad cómo actuar. En palabras de Walsh (jefa adjunta de gabinete) ‘era como tratar de averiguar lo que quiere un niño’».