«Fue un milagro», zanjó Adul, confirmando que el rescate se veía igual de crudo dentro y fuera de la cueva. Los 12 niños y el entrenador que protagonizaron la epopeya tailandesa comparecieron ayer por primera vez ante las cámaras para satisfacer la curiosidad global y, en menor medida, para añadir detalles a un relato que ya había sido diseccionado a conciencia. «La gente de todo el mundo está ansiosa por conocer la historia a través de sus palabras», había justificado Prachon Pratsakun, gobernador provincial de Chiang Rai. Llegaron dando toques al balón con sus camisetas de los Jabalís Salvajes Fútbol Club, alborozados y lozanos, muy distintos a aquellos críos famélicos, macilentos y cercanos al colapso que habían sido hallados tras nueve días en las grutas. Han ganado tres kilos desde que fueron rescatados la semana pasada y este miércoles recibieron el alta médica. Ahí estaba Ek, el entrenador y antiguo novicio budista que enseñó ejercicios de meditación para que los niños consumieran menos oxígeno y frenaran los ataques de pánico. También Adul, el políglota que intercambió unas frases con los buzos británicos que cualquier tailandés puede recitar hoy. Y Titán, el benjamín del equipo, que aclaró que dejó de pensar en comida para frenar el hambre. «Sólo bebíamos agua», añadió un niño cuando le preguntaron cómo sobrevivieron en un entorno tan hostil. Ek, el único adulto, desmintió que los niños no supieran nadar o que se hubieran adentrado en Tham Luang para celebrar el cumpleaños de un miembro del equipo. Su plan, reveló, consistía en salir en una hora, pero la subida del nivel del agua les impulsó hacia delante. También afirmó que se habían afanado en excavar varios metros de túnel para escapar de su encierro.