Tailandia elevó al altar pagano a 13 niños y pronto se dio cuenta de que algunos de sus tesoros nacionales no eran tailandeses. La sociedad exigió que termine el sinsentido y empujó al Gobierno a una misión delicada: atender al pueblo sin ofender al resto de apátridas.

La gesta del rescate en la cueva sirvió para que Suthida recuperase los vínculos con su madre después de meses de silencio. «Nos llamábamos cada día, llorábamos y reíamos, comentábamos los detalles del rescate. Si no son tailandeses, deberían serlo pronto», pidió la oficinista de 27 años.

El Ejecutivo insinuó que los niños recibirían sus pasaportes en seis meses. «Crecerán siendo grandes ciudadanos de Tailandia», anunció Narongsak Osatanakorn, jefe del dispositivo de salvamento, en la última y triunfal rueda de prensa. Días después llegaban las prudentes apelaciones a la legalidad. Bangkok prometió también que les prestará ayuda profesional pero que todos seguirán el procedimiento previsto. «Si tienen derecho a la nacionalidad, la recibirán», matizó Narongsak.

El asunto recae en el distrito de Mae Sai, donde se amontonan 27.000 expedientes de nacionalización. «Entiendo el trasfondo humano por el que todos queremos resolver el problema, pero esto afecta a la seguridad nacional», dijo Kanakham, jefe del distrito. Es probable que los chicos reciban pronto la identificación de residencia, a medio camino entre la nacionalidad y el limbo: garantiza algunos servicios estatales y el derecho al trabajo.

Los apátridas no tuvieron papeles secundarios en la gesta. Adul Sam-on y el entrenador Ekapol Ek Chanthawong son los más célebres del grupo. La escuela Ban Wiang Phan de Mae Sai no disimula su orgullo hacia Adul. Es el chico de 14 años que se comunicó en inglés con los buzos británicos que encontraron al grupo. Habla también tailandés, birmano, mandarín y wa. «Es uno de los mejores alumnos. Inteligente, aplicado y con mucha confianza en sí mismo. Siempre levanta la mano el primero cuando pregunto en clase», desveló su profesora, Mattaya Boodkaew.

Su biografía resume el drama de los apátridas. Sus padres, pertenecientes a la provincia birmana de Wa, cruzaron la frontera cuando tenía seis años para dejarlo en la iglesia baptista del pueblo. Aún es su hogar ocho años después, al cuidado del pastor y su esposa.

Ekapol pertenece a la etnia Tai Lue, de la provincia birmana de Shan. Ingresó en un monasterio budista a los diez años después de que una epidemia matara a su familia. Su falta de papeles explica su título de entrenador auxiliar aunque ejerza de titular. Su tía, Tham Guntawongse, revelaba la semana pasada a este corresponsal que ansía ser tailandesa, pero rechazaba cortésmente todas las preguntas sobre cómo va el proceso de nacionalización.

Los padres del resto de los apátridas también continúan abonados al silencio. Subyace la impresión de que el Gobierno exigió discreción mientras aceita los procesos para que el resto de sin papeles no se pregunten si es necesario pasar dos semanas en una cueva para ser tailandés de pleno derecho.