Con la muerte de Mário Soares, este domingo en Lisboa a los 92 años, desaparece uno de los últimos testigos directos de la llamada en su día Revolución de los Claveles o Revolución de los Capitanes, aquella que liberó a Portugal de la dictadura el 25 de abril de 1974. Solo Otelo Saraiva de Carvalho (Maputo, Mozambique, 31 de agosto de 1936), estratega del golpe, y Francisco Pinto Balsemao (Lisboa, 1 de septiembre de 1937), fundador del semanario 'Espresso' y exprimer ministro, sobreviven allíder socialista, nacido en Lisboa el 7 de diciembre de 1924, varias veces ministro, primer ministro, eurodiputado y presidente de la República durante diez años (1986-1996).

Como a la mayoría de militares y políticos directamente comprometidos en los sucesos que mediaron entre abril de 1974 y noviembre de 1975, cuando la exaltación revolucionaria llegó a su fin, a Soares siempre lo persiguió la controversia. A pesar de haber sido juzgado y condenado por el salazarismo, de haber conocido el destierro en Sao Tomé, de haber fundado el Partido Socialista(1973) y de haber tomado el camino del exilio, su enfrentamiento con el Movimiento de las Fuerzas Armadas, alentado o sustentado por el Partido Comunista de Álvaro Cunhal, y su gestión del proceso de descolonización le granjearon enemigos de por vida. Muchos años después, en una Lisboa que se disponía a celebrar la Expo (1998) aún era posible dar con veteranos que lo acusaban de ser uno de los principales responsables del desvanecimiento de la revolución, sin que por lo demás precisaran demasiado adónde conducía tal revolución.

SOCIALDEMÓCRATA Y EUROPEÍSTA

En realidad, Soares fue siempre un socialdemócrata y europeísta clásico, deseoso de construir para Portugal un Estado del bienestar integrado en las instituciones europeas. Fue siempre un convencido de que el progreso de Europa se edificó mediante la implicación de socialdemócratas y democristianos, e impugnó sin descanso la utilidad de abrazar experimentos colectivistas. Formado en el ambiente democrático y liberal de su familia -su padre fue ministro de Colonias durante la Primera República-, defendió la autonomía de su proyecto político, pero no excluyó la posibilidad de un entendimiento o coalición con los seguidores de Cunhal, un líder poco apegado al eurocomunismo, tan en boga en los años 70.

“Nunca tuve la intención de luchar contra el PCP. Al contrario, siempre pensé que sería posible hacer un frente de izquierdas”, declaró Soares muchos años después. Si el frente no fue posible se debió a la convicción de los socialistas de que el objetivo comunista era comerles su espacio político, apoyados por la facción más radical de las fuerzas armadas: Vasco Gonçalves, Otelo Saraiva de Carvalho, Rosa Coutinho y otros menos renombrados. Hoy puede decirse que aquellos temores socialistas no carecían de sentido.

LA ENTRADA EN EUROPA

De cuanto Mário Soares vivió y en ocasiones sufrió, aquello que más cumplió con sus expectativas fue el ingreso de Portugal en la Unión Europea (1986). Treinta años más tarde de aquel acontecimiento, los objetivos de la fundación para la paz que lleva su nombre insisten en la idea de Europa, entendida como el espacio en el que se mantiene “el equilibrio entre los valores y derechos fundamentales y la seguridad”. Sus adversarios subrayan, en cambio, su propensión a favorecer el entendimiento con las élites y su oposición al programa del 25 de abril. Un debate inacabable entre las izquierdas revolucionaria y reformista de Europa.

En su libro de memorias políticas, el general Francisco da Costa Gomes, segundo presidente del Portugal democrático, recuerda que en octubre de 1974, durante un viaje a Estados Unidos, Henry Kissinger, entonces secretario de Estado, llamó Kerensky a Mário Soares, como si efectivamente hubiese traicionado la revolución, por lo demás tan combatida por las administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford. Costa Gomes, un militar culto de ademán suave, reprochó a Kissinger su ocurrencia y subraya en el libro que el político socialista siempre se refirió al 25 de abril “en términos encomiásticos”. Años después, en la sede de su fundación, Soares insistió en la misma idea: “Los capitanes liberaron Portugal”.