En su reciente reunión con el nuevo presidente de Corea del Sur en la Casa Blanca, Donald Trump volvió a declarar que la era de la"paciencia estratégica" con Pionyang ha llegado a su fin. Ese ha sido el credo de su Administración desde que echó a andar hace seis meses. La Casa Blanca ha acelerado los contactos con los países de la región para tratar de apretarle las tuercas al régimen norcoreano y el Pentágono ha sacado músculo con sus maniobras militares en la península. También se ha endurecido la retórica, como demostró Trump al declarar en abril que Estados Unidos está dispuesto a afrontar "unilateralmente" el desafío de Kim Jon-un si China no se presta a cooperar. Pero como se ha visto esta semana, la estrategia de disuasión de Washington no está funcionando.

Tras muchos años de pruebas infructuosas, el régimen norcoreano lanzó por primera vez el martes con éxito un misil intercontinental capaz de alcanzar el territorio estadounidense, según la evaluación de los expertos. ElHwasong-14 cayó en el mar de Japón tras recorrer 933 kilómetros durante 39 minutos de vuelo y alcanzar una altura de 2.802 kilómetros, una potencia que, con una trayectoria más horizontal y atinada, hubiera bastado para golpear el oeste de Alaska. La prueba se hizo en pleno 4 de julio, Día de la Independencia en EEUU, y fue acompañada de los mensajes de provocación norcoreanos. “Unregalo para los bastardos estadounidenses”, dijo Kim tras celebrar con visible júbilo el éxito del ensayo, según los medios estatales. “Deberíamos enviárselo de vez en cuando a los yanquis para que no se aburran”, añadió.

El progreso militar norcoreano altera los equilibrios militares en la península. De nada han servido las sanciones internacionales que pesan sobre su programa de misiles balísticos, y su desafío se ha insertado de lleno en la cumbre del G-20 que se celebra esta semana en Hamburgo (Alemania). Trump ha partido la mañana del miércoles de camino a Varsovia, la primera parada del viaje que le llevará el viernes al G-20, donde se reunirá por primera vez conVladimir Putin y volverá a sentarse con los líderes chinos y surcoreanos para abordar el desafío de Corea del Norte.

EL PENTÁGONO ULTIMA UN SIMULACRO

Tanto Moscú como Pekín pidieron el martes a Kim que abandone sus programas nuclear y balístico a cambio del cese de las maniobras militares conjuntas de Washington y Seúl. Pero ni una ni otra condición parecen haberse cumplido. Pocas horas después, el Pentágono anunció que ha completado un nuevo simulacro con misiles balísticos para contrarrestar “las acciones ilegales y desestabilizadoras de Corea del Norte”. Casi paralelamente, su comandante en Corea del Sur, donde EEUU tiene apostados a 28.500 soldados, declaró en un comunicado conjunto con sus colegas surcoreanos que sus efectivos están preparados para ir a la guerra si continúan las provocaciones.

“La autocontención, que es una elección, es lo que separa el armisticio de la guerra”, dijo el general, Vincent Brooks, tras completarse la última maniobra militar conjunta con Seúl. “Como evidencia la demostración con misiles de nuestra alianza, podemos cambiar nuestra postura en cuanto nos lo ordenen nuestros líderes nacionales. Sería un gran error para cualquiera pensar lo contrario”, añadió.

De momento, no parece haber instrucciones en ese sentido. Horas antes de viajar hacia Europa, Trump apostó por aumentar la presión sobre China, que es el principal socio comercial de Pionyang, su cordón umbilical con el mundo, no sin reconocer que sus esfuerzos para cambiar el cálculo de Pekín no están funcionando. “El comercio entre China y Corea del Norte creció casi un 40% en el último trimestre. Y eso que China estaba supuestamente trabajando con nosotros, pero tenemos que darle una oportunidad”, dijo. Pekín ha dejado de comprar carbón a su socio norcoreano, plegándose a las sanciones internacionales, pero aun así su comercio con el régimen estalinista aumentó un 37% durante los primeros tres meses de este año, según datos oficiales chinos.

CHINA, LA SOLUCIÓN AL CONTENCIOSO

Durante la campaña a la presidencia, Trump prometió que no permitirá a Corea del Norte desarrollar un misil capaz de alcanzar EEUU. “Eso no sucederá”, llegó a decir tras insistir que China tiene la llave para solucionar el contencioso. Pero también parece evidente que, de momento, no tiene un plan distinto al de su predecesor para hacer frente al régimen ermitaño. Kim no le está tomando en serio. El mes pasado llevó a cabo dos ensayos con misiles y otros tres en mayo. En 2016 puso a prueba la paciencia de sus rivales en la región con dos pruebas nucleares. Los expertos estiman que en solo un año ha lanzado más misiles que su padre y su abuelo en los 17 años precedentes.

Todas las opciones de EEUU en la región son entre malas y muy malas. Con cerca de 10 millones de habitantes, Seúl está a solo 56 kilómetros de la frontera norcoreana y los expertos estiman que el régimen tiene suficiente artillería para hacer estragos en la ciudad si es atacado militarmente. “Con solo una ráfaga de fuego, sería capaz de lanzar más de 350 toneladas de explosivos sobre la capital surcoreana, más o menos la misma cantidad que acarrean 11 cazabombarderos B-52”, afirmó el año pasado la consultora de seguridad, Stratfor.

Todos estos condicionantes han otorgado una extraordinaria importancia a la cumbre del G-20 en Alemania. “Es necesaria una acción global para detener una amenaza global”, ha dicho el secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, dispuesto aparentemente a apretar las tuercas a aquellos países que acogen a los trabajadores norcoreanos o hacen negocios con el régimen. Falta ver si su Administración tiene armas diplomáticas y un plan serio para llevarlo a cabo.