“No va a haber una. Eso va a ocurrir. No va a haber una elección general”. Theresa May se lo repetía a todo el que preguntaba, incluso antes de ser nombrada el pasado mes de julio primera ministra. Un nombramiento de rebote y por carambola, tras la victoria del ‘brexit’ y la marcha vergonzosa de David Cameron, que dejó a otros el resolver un problemón creado por su imperdonable irresponsabilidad. Frente a un tarambana como Boris Johnson, -apeado a traición del liderazgo que creyó asegurado- May pareció a muchos, en aquel momento de desconcierto, “un par de manos seguras”. Una moderada dispuesta a cumplir la legislatura completa hasta el 2020, como se apresuró a decir en junio, cuando presentó su candidatura al liderazgo ‘tory’. Como insistió en una entrevista a la BBC en septiembre, o en su último mensaje navideño. “La primera ministra ha dejado su posición muy clara. Esa posición no ha cambiado. No va a pedir una elección relámpago”, respondían sus portavoces poco antes de Semana Santa. Tantas veces lo repitieron que la clase política terminó por creérselo. Ayer el anunció, totalmente inesperado, cayó como una bomba en Westminster. “Es el giro más extraordinario en la historia reciente de la política”, declaró Nicola Sturgeon.

May ha ido acumulando poder y quiere más, mucho más. En su ascendente trayectoria política no le ha importado cambiar de opinión o defender lo que antes atacaba. Fue la ministra del Interior que más años permaneció en el cargo en la reciente historia británica y cuando llegó la hora de elegir en la campaña del referéndum a favor o en contra del ‘brexit’ escondió sus cartas cuidadosamente. A pesar de ser una euroescéptica, apoyó la permanencia del Reino Unido en la UE, cuando parecía el indiscutible caballo ganador. Eso sí, por si acaso, apenas participó en la campaña y si raramente abogó por la permanencia fue invocando la “seguridad nacional”. Ese distanciamiento le permitió después llegar a Downing Street, aceptando ponerse a las órdenes de los más eurofóbicos conservadores, que en nada se diferencian del UKIP.

May prometió gobernar para “todos”, pero no sólo defendió el ‘brexit’. Presentó y promovió la versión más extrema del resultado del referéndum, la ruptura total con Europa, sin paliativos, ignorando al 48% de los ciudadanos que votaron por la permanencia. Desempolvo un mandato real para evitar que el parlamento fuera el que autorizará las negociaciones del ‘brexit’. Sólo una larga y costosa batalla, que desembocó en una sentencia del Tribunal Supremo la obligó a ceder. Prometió escuchar y tener en consideración a la hora de las negociaciones los particulares requerimientos de Escocia e Irlanda del Norte. Pero May ha hecho oídos sordos a cualquier compromiso o cesión, palabras que no entran en su vocabulario. Esa postura ha llevado a ministra principal escocesa a solicitar la convocatoria de un segundo referéndum de independencia, que May de momento le niega.

Esta Semana Santa la primera ministra se había dedicado a pasear por las montañas. Mientras respiraba aire puro ultimaba unas elecciones que centralizarán aún más el poder en sus manos y en el de los conservadores ingleses sobre el resto del país. El domingo May fue a misa y también telefoneó a la reina Isabel II, para informarle de su decisión de anticipar tres años las elecciones generales, sólo un año después del referéndum del ‘brexit’.