Un instante. Apenas un instante, lo bastante terrible para poner a una sociedad ante el espejo y cambiar el curso de la historia. «La fotografía es el arma más poderosa del mundo», dijo Eddie Adams, el autor de esta imagen icónica que cumple 50 años.

«Es imposible describir el horror en palabras a aquellos que no saben lo que verdaderamente significa», afirma el desquiciado coronel Kurz de Apocalypse Now. Pero ¿y en una imagen? ¿Puede una fotografía encapsular el horror de la guerra de Vietnam? Sí, claro, la niña del napalm, y tantas otras. Aunque quizá ninguna tan trascendente como esta por su capacidad de reflejar el sinsentido y la crueldad, y eso fuera lo que la convirtiera en icono del movimiento antibelicista que acabaría logrando sacar a las tropas de Estados Unidos del país años después.

El 1 de febrero de 1968 era el segundo día de la ofensiva del Tet, un feroz ataque sorpresa del Viet Cong, y la sangre corría por las calles de Saigón. Adams, fotógrafo de Associated Press, captó el preciso momento en que el jefe de la Policía Nacional de Vietnam del Sur, el general de brigada Nguyen Ngoc Loan, ejecutaba a un prisionero maniatado de un tiro en la cabeza, ante su cámara y la de un operador de la NBC. A ojos de una parte significativa de la opinión pública estadounidense, esta foto convirtió a los aliados del sur en tan sanguinarios como los enemigos comunistas, y a este conflicto a miles de kilómetros en una guerra absurda, inútil y que no se podía ganar.

Poco importan ya, pasados tantos años, las polémicas que rodearon a esta imagen y su contexto, como si un asesinato contextualizado pudiera por ello dejar de serlo. El propio Adams, que ganó un premio Pulitzer por ella, diría luego que reflejaba una «verdad a medias» y defendería al general Nguyen, al que calificaría incluso de «héroe», y del que acabaría siendo amigo. Según la versión del general y que el fotógrafo difundió, el ejecutado era un cabecilla de un escuadrón que acababa de masacrar a decenas de personas, entre ellas un oficial muy allegado a Nguyen y su familia entera. «Lo que la foto no preguntaba era: ‘¿Qué hubieras hecho tú?’», escribió en Time un arrepentido Adams: «El general mató a un vietcong con la pistola. Yo maté al general con mi cámara».

Y es que a Nguyen no le fue muy bien que digamos. Estigmatizado por esa imagen, al final de la guerra huyó a EEUU, donde moriría en 1998. Tuvo una pizzería en Virginia que se vio obligado a cerrar cuando sus vecinos descubrieron su identidad. Dicen que en los baños del local alguien escribió «sabemos quién eres». La fotografía es el arma más poderosa del mundo.

Espectáculo de la violencia

O quizá ya no tanto, cada vez menos, a la vista de la insensibilización colectiva ante el espectáculo de la violencia y su banalización, por un lado, y el avance de la autocensura y de la censura a secas, por otro. «Durante la época de Vietnam, la fotografía bélica se convirtió, por norma, en una crítica de la guerra. Esto habría de acarrear consecuencias: a los principales medios no les interesa hacer que la gente sienta náuseas ante las luchas por las que ha sido movilizada, y mucho menos difundir propaganda contra la continuación de la guerra», escribió Susan Sontag.

En todo caso, 50 años son muchos años. En marzo, un portaviones estadounidense visitará Vietnam. Los viejos enemigos ya no son los que eran, y ahora comparten recelo ante el poderío chino. Esa ya es una guerra antigua, otras han ocupado su lugar y otras muchas vendrán. Al final tampoco se aprendió gran cosa de ella, ni de la foto de Adams (fallecido en el 2004), ni de tantas ocasiones perdidas para hacer caso de lo que dejó escrito Ernest Hemingway: «No vayan a creer que la guerra, ni siquiera la más necesaria, ni siquiera la más justificada, no es un crimen. Pregúntenles a los soldados de infantería y a los muertos».