Como en infinidad de rincones del país, la semana de vértigo que este domingo acaba en Grecia se ha vivido con gran intensidad en el centro comercial Hondos, en la plaza Omonia, algo así como un Corte Inglés sito en el mismo centro de Atenas. En cada planta, frente al mostrador de pagos, se han tenido que formar dos colas para que los clientes pudieran abonar sus compras: una, menos concurrida, se encargaba de gestionar los pagos en metálico, y avanzaba con bastante brío. Otra, mucho más larga, estaba destinada a los abonos con tarjeta, y era despachada con exhasperante lentitud, dada la saturación que en momentos se generaba en el sistema informático bancario debido al corralito impuesto desde el domingo por el Gobierno.

Colas ante los cajeros automáticos, restricciones en la retirada de dinero efectivo limitadas a 60 euros diarios que amenazan con ir a más, despidos y ERES temporales causado por el cierre de empresas ante el colapso de los pagos a proveedores... Después de cinco años de una crisis que ha encogido en un 30% el PIB del país, los ciudadanos griegos han vivido, en lo que parece ser la recta final del pulso entre sus gobernantes y los dirigentes de la eurozona, una suerte de 'aperitivo' de lo que podría suponer para Grecia el abandono la zona euro, antes de pronunciarse, hoy, en un referéndum de tintes dramáticos sobre las condiciones de rescate propuestas por la UE.

El Gobierno de Syriza, encabezado por el primer ministro, Alexis Tsipras, pide el voto negativo y sostiene que a las «48 horas» de hacerse público el resultado, habrá un acuerdo con los acreedores en condiciones mucho más ventajosas para el país. Desde Europa, particularmente desde Alemania, se envía el mensaje de que un 'no' significaría el primer paso para la salida de la moneda única. Y aunque la Unión no ha hecho campaña, sí ha hecho llegar el mensaje de que apenas queda dinero líquido circulando por las venas del sistema bancario local; que en caso de se produjera un resultado desfavorable a los planteamientos de Bruselas, el Gobierno griego tendría que empezar a imprimir su propio papel moneda, saliendo 'de facto' de la unión monetaria.

UN CATACLISMO Los cifras macroeconómicas no dejan lugar a dudas: el país heleno ha sufrido en este último lustro un cataclismo en toda regla, comparable a los padecidos por países con conflictos armados dentro de sus fronteras y, quizás con tan solo un precedente en la historia reciente de las economías industrializadas: la URSS en los años 90. En el 2009, el PIB griego ascendía a 341.000 millones de dólares. Hoy, esa cifra se ha reducido en 100.000 millones, hasta los 241.000 contabilizados en el ejercicio del 2014.

El tamaño de la economía se ha encogido a velocidades de vértigo: el 5,4% en el 2010, primer año de la crisis, el 8,9% en el 2011, el 6,6% en el 2012. Son números que no resisten comparación con otros países también en recesión como España: el 2012 fue el año más duro para los españoles, con una reducción del 2,1% del PIB. «No nos pueden pedir que nos apretemos más el cinturón; nosotros hemos vivido en estos últimos años en situación de guerra», se lamenta Pavlos Kapantais, periodista próximo al izquierdista Syriza. «En el 2010 yo apoyaba la austeridad; ahora ya no; aquí no ha funcionado», valora.

Desde Bruselas, se argumenta que pese a todo, el país disfruta aún de un nivel de renta relativamente elevado, en comparación con algunas economías pobres de Europa del este, recién llegadas al club europeo. La reducción de los estándares de vida y la precarización se ha hecho sentir en todos los estratos de la sociedad, pero especialmente ha hecho estragos tres segmentos particularmente expuestos: las clases medias, los pensionistas y los jóvenes. Las subidas de impuestos para aliviar las arcas públicas han sido, en la mayoría de los casos, a cargo de las clases medias.

En el 2011, el Gobierno de Nueva Democracia incrementó el IRPF para salarios brutos anuales por encima de 23.000 euros, y elevó al 42% la tasa sobre los contribuyentes que perciben más de 50.000 euros al año. Los recortes en Sanidad han mermado especialmente la atención médica a pensionistas y parados. Según un estudio publicado por la prestigiosa revista médica 'The Lancet', Grecia ha sufrido el mayor descenso en prestaciones sanitarias jamás vivido por un país de la UE. Entre el 2009 y el 2011, el presupuesto para Sanidad se redujo en un 25%, incluyendo el despido de 2.500 doctores. El Estado ha dejado de sufragar muchos gastos médicos, implantando el copago en medicamentos que para muchas personas ya retiradas y que cobran una prestación estatal mínima, son de primera necesidad, e impidiendo, en algunos casos, que los pacientes pudieran recibir el tratamiento que requerían.

«Mi padre no cobra pensión; yo intento sacar unos euros para poder comprarle las medicinas que necesita», se queja Ioannu Pantelis, desempleado de 28 años. «En personas que carecen de Seguridad Social, la atención primaria supone un desembolso de 10 euros, y entre el 25% y el 75% del coste de las medicinas recibidas», explica Liana Maili, de Médicos del Mundo de Grecia. La falta de perspectivas laborales es la principal fuente de inquietud de jóvenes como Nikos Markogiannakis, de 21 años y alumno de Ciencias Empresariales en la Universidad de Atenas. «Somos el país que sufre la mayor fuga de cerebros de toda Europa», se lamenta, admitiendo, muy a su pesar, que entre el abanico de posibilidades que baraja una vez que se gradúe, se encuentra la de emigrar al Reino Unido.

La tasa de desempleo para jóvenes licenciados con menos de 24 años está por encima del 50%. Unos 350.000 griegos, es decir, el 3% de la población, han tenido que salir del país, y de ellos, 270.000 eran personas con edades entre los 20 y los 39 años, muchos con educación universitaria. Ésta, al estar subsidiada, se trata de una inversión que hace el Estado en cada estudiante y que acaba perdiéndose, beneficiando al país destinatario de la inmigración.