La trama rusa ya tiene sus a primeros inculpados, cinco meses después de que el fiscal especial, Robert Mueller, recibiera el encargo de investigar la posible colusión entre la campaña de Donald Trump y Rusia en las pasadas presidenciales. Paul Manafort, el exjefe de campaña del actual presidente, y Rick Gates, uno de sus colaboradores más cercanos, declararon ayer ante el FBI después de que un gran jurado avalara una docena de cargos contra ellos. Entre otras cosas, se les acusa de lavado de dinero, fraude fiscal y perjurio. Pero no acaban ahí los problemas de la Casa Blanca. Ayer también se conoció que otro exasesor de Trump se declaró culpable de mentir ante el FBI sobre sus contactos con intermediarios rusos que le ofrecieron información dañina sobre la campaña de Hillary Clinton.

Ninguna de las acusaciones presentadas menciona directamente a Trump, pero a nadie se le escapan las implicaciones potenciales para el presidente. Los interrogatorios a puerta cerrada han dejado paso a las primeras acusaciones formales y la revelación de que alguno de los antiguos asesores del neoyorquino lleva meses cooperando con las autoridades. Es el caso de George Papadopoulos, uno de sus antiguos asesores en política exterior, en custodia del FBI desde el pasado verano. Poco después de unirse al equipo de Trump en marzo del 2016, Papadopoulos estuvo en contacto con una profesora rusa vinculada al Kremlin, según su propia descripción, que le ofreció «suciedad» para atacar a Clinton en «forma de miles de e-mails». No está claro a qué correos se refiere, aunque en julio de ese mismo año Wikileaks empezó a publicar una montaña de mails del Partido Demócrata y más tarde del jefe de campaña de Clinton que causaron constantes dolores de cabeza a la exsecretaria de Estado.

Los documentos judiciales sostienen que Papadopoulos trató insistentemente de organizar reuniones entre los asesores de Trump y sus contactos en Moscú, que incluían también a funcionarios de Exteriores. No es la primera vez que salen a la luz contactos de esa naturaleza. En julio del 2016, Donald Trump Jr., acompañado por Manafort y Jared Kushner, el yerno del entonces candidato, se reunieron en Nueva York con una abogada rusa que les ofreció también posible información incriminatoria sobre Clinton. Hasta ahora, esa era probablemente la prueba más clara de que el entorno de Trump pudo cooperar con Rusia para influenciar las elecciones.

DISTANCIA / La Casa Blanca ha reaccionado a las explosivas alegaciones tratando de distanciarse de Papadopoulos. Su portavoz, Sara Sanders, dijo que solo ejerció de «voluntario» en la campaña y que el «verdadero escándalo» reside en los tejemanejes de la campaña de Clinton que, según se conoció la semana pasada, pagó a la consultora política que elaboró el famoso dosier ruso, un polémico documento que establecía relaciones no probadas entre Trump y Moscú.

Más simbólicas son las acusaciones contra Gates y Manafort, el veterano estratega republicano que dirigió la campaña de Trump entre marzo y agosto del 2016. Ambos se declararon ayer «no culpables» ante el juez, pero la larga lista de cargos a los que se enfrentan sugiere que tendrán dificultades para demostrar su inocencia. Las acusaciones están relacionadas con el trabajo que hicieron como lobistas y consultores para el Partido de las Regiones, la fuerza prorrusa del expresidente ucraniano Víktor Yanukóvich, entre el 2006 y el 2016, el motivo que llevó a Manafort a dejar en su día la campaña.

Mueller sostiene que cobraron «decenas de millones» por un trabajo que no declararon ante las autoridades estadounidenses y más tarde se dedicaron a lavar el dinero negro obtenido a través de cuentas en paraísos fiscales y otras maniobras contables. Manafort habría blanqueado más de 18 millones de dólares.

Aunque estas acusaciones no implican directamente a Trump, la pretensión aparente de los fiscales pasa por empujarles a que cooperen en la investigación sobre la trama rusa, quizás a cambio de inmunidad.