«Por supuesto que voy a ir a votar, y lo haré por el candidato que nos permita vivir con dignidad, por quien defienda el país, después de lo que hizo Yeltsin; él destruyó el país, a los pensionistas, al Ejército». No lo menciona por su nombre, pero a lo largo de la conversación ha quedado meridianamente claro que Yelena Bakevka, de 81 años, iba a apoyar de nuevo al presidente Vladímir Putin para que gobierne Rusia durante los próximos seis años. La suya es una adhesión incondicional, sin peros, minimizando las posibles críticas a su gestión y asumiendo, casi como de manual, esa vieja tradición de la política rusa vigente desde la era zarista de que los problemas del país nunca son achacables a la máxima autoridad, sino a sus ministros incompetentes.

«El Gobierno está lleno de millonarios y no hacen nada; creo que cuando sea reelegido, cambiará a los ministros», aventura, esperanzada. Y aunque reconoce que existen grandes niveles de corrupción en el país, el problema no radica a su juicio en la falta de voluntad del presidente para acotarla, sino en que el líder del Kremlin «no lo puede hacer todo a la vez». «Hasta ahora se ha dedicado a recuperar al Ejército, será ahora cuando lo veremos luchando contra la corrupción», concluye. Yelena cobra una pensión de 20.000 rublos, equivalentes a unos 282 euros. Y aunque sostiene que es una cantidad de dinero que le permite vivir «con modestia», prefiere evitar una visita a su casa para realizar la entrevista.

En un país con una envejecida pirámide demográfica, donde casi 35 de sus 144 millones de habitantes han traspasado la edad de jubilación, los deseos e inquietudes de este segmento poblacional adquieren gran importancia en las urnas. Máxime si se tiene en cuenta que en las últimas elecciones legislativas, en el 2016, con una pobre participación que no superó el 50% del electorado, fueron precisamente los mayores los que introdujeron la mayoría de las papeletas en las urnas. Se calcula que el 70% de los sufragios emitidos entonces procedían de pensionistas.

El líder del Kremlin ha sabido conectar como nadie con ellos, más en el ámbito de las percepciones que en el económico. Ha logrado que calara el mensaje de yo o el diluvio, recordándoles de forma subliminal que en los años 90, bajo el mandato de Yeltsin, se producían grandes atrasos en los cobros de los salarios, y presentándose como el único garante de la estabilidad del sistema de pensiones actual.

«Putin es el candidato más real; tiene un objetivo, un plan. Si no existiera, estaríamos como en Ucrania», sentencia Yuri Stanishevskii, de 69 años. Gracias a la cobertura que realizan las televisiones federales rusas, el vecino país se ha convertido en el paradigma de todos los males. Los enviados especiales rusos allí destacados muestran Kiev como la capital de un estado fallido, con manifestaciones y desórdenes constantes.

Los números indican que la sostenibilidad del sistema está en peligro. La población laboral de Rusia decrece anualmente en un millón de personas. Cada año, 400.000 personas pasan a depender de la jubilación y se calcula que para el 2030 el número de asalariados se equiparará con el de pensionistas.