Parece que los altavoces y las cabezas de la gente están a punto de estallar cuando el hombre sube al escenario. Al presentador del acto se le rompe la voz, la música no suena sino que chilla, y miles de globos de los colores del partido salen de detrás de las pantallas. Todos los asistentes levantan brazos y ondean banderas; tiran las gorras al aire y se abalanzan hacia delante: «¡Ya está aquí! ¡Ya ha llegado nuestro amado presidente! ¡Recep Tayyip Erdogan!», grita el presentador entre gallos.

Erdogan acaba de llegar a Estambul, en lo que será su mitin principal de campaña. Hoy se juega la reelección y su victoria no está asegurada. «Oh, Estambul. La ciudad de mi corazón… El inicio de mi camino; el sitio donde siempre quiero volver. Gracias por este recibimiento», dice el presidente turco.

La organización afirma que hay tres millones de personas y no parece cierto pero casi: el mar de cabezas parece no acabarse. Una decena de grúas cargadas con altavoces están montadas en medio de la plaza para que la voz del líder llegue hasta el final; si es que lo hay. En los lados, varias carpas sirven de mezquitas improvisadas por si a alguien le entra un apretón religioso.

«HOMBRE DEL PUEBLO» / Erdogan habla: «Occidente mira estas elecciones del 24 de junio. ¿Qué quieren? Esperan que caigamos. ¿Estáis listos para darles una lección? Hasta ahora siempre lo habéis hecho. ¡Si Dios quiere, se la daremos otra vez!». Entre los varios cientos de miles de persona se desata el fervor: los seguidores de Erdogan adoran a su presidente pero, se nota, no a Occidente.

«Vosotros, en Europa, no lo entenderéis nunca -dice Münefer, una votante del AKP que ha venido al acto. Va vestida con un chador negro de cuerpo entero y, encima del pañuelo en la cabeza, una cinta con el nombre de su presidente favorito-. Es el mejor; un hombre del pueblo, el que da voz a los oprimidos. Antes de que él llegase, Turquía era un desastre. Ahora está limpia, el transporte funciona y hay muchos más hospitales. Con él estamos mucho mejor. Por eso le apoyamos».

Durante su discurso, Erdogan repasa las infraestructuras que su partido, el AKP, ha construido en las últimas décadas; y habla de la prosperidad turca. En el último trimestre, el PIB de Turquía ha crecido más del 7%. Pero la realidad dice que la economía del país está en crisis. La inflación está disparada al 12% y la lira, la moneda nacional, ha perdido el 20% de su valor respecto al dólar en solo un año. La situación económica, en la actualidad, es la mayor preocupación de los turcos, por encima incluso del terrorismo.

NUEVO SISTEMA / Pero Erdogan se tira flores ante sus seguidores. «Hemos sido nosotros los que hemos llevado el progreso económico al país. Señor Muharrem [el candidato opositor con opciones reales de destronarlo], ¿qué habéis hecho vosotros, eh? Nada», dice. La gente abuchea.

Estas elecciones significarán un cambio de sistema político en Turquía, aprobado por los pelos en referéndum el 2017. Serán el último paso para construir una república presidencialista que le otorgará poderes casi ilimitados al presidente. Quien sea que las gane -Erdogan va en cabeza pero, según los sondeos, su partido puede perder el control del Parlamento- podrá nombrar jueces a dedo, escoger y destituir ministros sin rendir cuentas a nadie y gobernar por decreto.

Algo que, de hecho, ya pasa: desde el intento de asonada, Erdogan ha estado gobernando a su antojo bajo el estado de emergencia. En dos años, las cárceles turcas acumulan 50.000 personas a la espera de juicio. Otras 150.000 han sido procesadas.

En el mitin, sus seguidores están exaltados y nerviosos a la espera de verlo. Todo el mundo adora a Erdogan. Para los suyos, el presidente turco es una gran figura paternal. «Es un líder fuerte que no deja que nadie le mangonee», dice Mehmet, de 61 años. «Los demás políticos, antes de Erdogan, se sentaban y aceptaban todo lo que les ordenaba EEUU y la UE. Pero él no. Él los encara. Si Turquía es un país mejor es gracias a Erdogan».