El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, estaba, el pasado viernes, muy enfadado. «Quiero recordarles a mis amigos alemanes: no sois lo suficientemente fuertes como para difamar a Turquía y ni para asustarnos», dijo tras una reunión con inversores en Estambul.

La elección de el sitio para el discurso no fue nada casual: esta semana, el ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, dudó de que Turquía sea un lugar seguro para invertir. Dijo, además, que los alemanes que viajen al país deben extremar precauciones. «Todos pueden resultar afectados. Hasta lo más absurdo es posible», dijo Sigmar.

Y Erdogan estalló tras esas acusaciones. «Nuestras puertas están siempre abiertas, pero la sugerencia de que Turquía no es un lugar seguro para viajar no tiene ninguna base y es maliciosa», afirmó el viernes por la noche, en Twitter.

Pero este no es, sin embargo, el único frente en la guerra diplomática entre Ankara y Berlín. Esta semana, el semanario ‘Die Zeit’ informó de que las autoridades turcas han entregado a las alemanas una lista de 68 empresas alemanas en las que, según el ejecutivo turco, trabajan personas vinculadas a la cofradía de Fethullah Gülen, un clérigo exiliado en EEUU a quien Erdogan acusa de orquestar el intento de golpe de estado de julio de 2016.

DOBLE MORAL ALEMANA

Erdogan niega la existencia de esta lista, pero miembros de su ejecutivo sí que culpan a Alemania de albergar a miembros del PKK y del movimiento de Gülen. Según el ministro de exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, «las afirmaciones de Alemania muestran su doble moral y son inaceptables».