La grabación granulosa de las cámaras del hotel Yanggak domostrando a Otto Warmbier robando un póster propagandístico regalaron el pasado año a Pyonyang otro activo diplomático. En cualquier país no trascendería la gamberrada juvenil, en Corea del Norte es un asunto muy serio. Un día después era detenido en el aeropuerto internacional, después confesaba en televisión un delito auspiciado por Washington y una oscura organización semiclandestina y recibía una condena de 15 años de trabajos forzosos.

La secuencia es recurrente: un ciudadano estadounidense es detenido, condenado y liberado por razones humanitarias. Pero la muerte del estudiante poco después de que Corea del Norte lo devolviera en coma ha roto la casuística.

Los 16 estadounidenses detenidos desde 2009 le han servido a Corea del Norte en negociaciones con Estados Unidos. Bill Clinton y Jimmy Carter han viajado como expresidentes hasta Pyonyang para llevárselos tras presentar sus honores. La jugada es vendible a la audiencia interna como una muestra de poderío y misericordia la vez. En el contexto prebélico actual, Otto y los otros tres detenidos eran de un valor formidable.

Su muerte ha devuelto el debate sobre los riesgos de viajar a Corea del Norte. Estados Unidos recomienda evitarlo y ya estudia prohibirlo. La pequeña agencia que llevó a Warmbier ha anunciado que dejará de enviar a estadounidenses. Simon Cockerell, pionero del sector y director de la mayor agencia del ramo, asegura que ninguno de sus miles de turistas ha sufrido problemas reseñables. “Sólo hay alguno pequeño y muy ocasional. Por ejemplo, tras tomar fotos en lugares donde no debes o desviarte del grupo. Todos se solucionan en el momento y con buenas caras”, señala desde Pekín. Las agencias, recuerda, tienen la responsabilidad moral de informar a los turistas de lo qué no se está permitido. Robar un cartel de propaganda o el proselitismo religioso, motivo de detención de otros estadounidenses, son prohibiciones elementales.

Más presión psicológica que violencia física

Corea del Norte sostiene que Warmbier sufrió una intoxicación alimentaria y cayó en coma después de ingerir un somnífero. Los médicos del Centro Médico de la Universidad de Cincinatti han descartado esa versión pero tampoco han encontrado indicios de golpes. Hubiera sorprendido lo contrario: los detenidos estadounidenses han padecido más presiones psicológicas que violencia física, con una clara tendencia de suavización y siempre con la prioridad de proteger el patrimonio diplomático.

Robert Park se llevó el peor castigo. El misionero católico fue detenido en 2009 cuando blandía una biblia y soportó tales torturas que pidió morir. Tras ser liberado contó que varias mujeres le habían golpeado los genitales. Otro misionero, Kenneth Bae, perdió 13 kilos y fue hospitalizado tres veces mientras trabajaba en una planta de soja. Bae desveló en su biografía que soportó interrogatorios diarios de 15 horas durante un mes y que el trato sólo mejoró tras confesar su voluntad de conspirar contra el gobierno. Bae pudo leer emails de su familia en Estados Unidos e incluso la Biblia. La periodista Laura Ling fue enviada primero a una celda sin ventana de menos de dos metros de largo por dos de ancho antes de ser trasladada a una habitación más aceptable para curar sus úlceras.

Los últimos prisioneros han subrayado la cordialidad de sus captores. El californiano Matthew Todd Miller fue enviado a lo que describió como “una casa de invitados”. “Estaba preparado para ser torturado y, sin embargo, me abrumaron con su amabilidad”, dijo.

Robert R. King, antiguo enviado especial de Washington para asuntos de derechos humanos en Corea del Norte, ha señalado que se evita la violencia física aunque abunda la presión psicológica. Pyongyang, opina, no pretendía el desenlace fatal. Andrei Lankov, el más prestigioso analista de Corea del Norte, asegura a AFP que Pyongyang trata a los estadounidenses “no sólo bien sino extremadamente bien” y también sugiere el accidente.

La muerte carece de sentido incluso desde la óptica norcoreana: pierde un argumento negociador con Washington y arruina su pretensión de presentarse como un gobierno humanitario. Ocurre que, cuando se repite sistemáticamente una arriesgada carambola, existe el riesgo de que tarde o temprano salga mal.