El "América primero" que guía a Donald Trump se traduce cada vez más, en lo que a asuntos exteriores se refiere, como "América sola". Se acumulan los pasos emprendidos por el presidente de Estados Unidos para alejarse de acuerdos y organismos internacionales. Y, no sin sorna, algún crítico ha encontrado en esa ruta unilateralista el único tema que marca una estrategia en la política exterior de Trump. "Doctrina de retirada" es como la ha bautizado Richard Haas, un exdiplomático que trabajó en el Departamento de Estado con Colin Powell y ahora preside el 'think tank' Council on Foreign Relations.

Ironías aparte, la realidad no está lejos de esa descripción. Desde que llegó a la Casa Blanca Trump ha abandonado o amenazado con abandonar al menos tres tratados internacionales: el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), el Acuerdo de París para la lucha global contra el cambio climático y el Tratado de Libre Comercio (el trascendental pacto comercial con México y Canadá que lleva en vigor 24 años y cuyo futuro pende de un hilo en la cuarta ronda de negociaciones, que se han llevado a cabo los tres últimos días en Washington).

El jueves la Administración de Trump anunciaba que EEUU vuelve a dejar de ser miembro de pleno derecho de la UNESCO, la agencia cultural, científica y educacional de Naciones Unidas. Aunque este viernes Trump no ha llegado a romper el acuerdo multilateral para frenar el programa nuclear de Irán, ha dado un paso que, por primera vez desde la firma en el 2015, pone ese pacto en la cuerda floja.

Destruir el legado de Obama

La mayoría de los pasos dados hasta ahora (salvo el de la UNESCO, a la que Barack Obama ya suspendió las contribuciones en el 2011) cuadran con la obsesión de Trump por la destrucción del legado de su predecesor, un convencido del multilateralismo que consideraba el acuerdo de Teherán su principal logro en política exterior y culminó sus credenciales medioambientales con el compromiso de París. Pero se mueven también en el terreno personalista de un mandatario al que le gusta presumir de haber sido en su época de empresario un maestro en "el arte del acuerdo", el título de uno de sus libros.

Su promesa a sus votantes es renegociar para beneficio de Estados Unidos o abandonar, sin que parezcan importarle los potenciales vacíos de poder que abren a otros países oportunidades de quitarle liderazgo en la esfera internacional a Washington, los movimientos sísmicos que pueden producir en complejas regiones como Oriente Próximo o incluso las advertencias de las consecuencias económicas adversas que tendría para sus propios ciudadanos acabar con un pacto como el TLC.

Trump sigue, además, usando bombas verbales. Ha atacado desde a la OTAN hasta el START, el acuerdo con Rusia para reducir cabezas nucleares estratégicas en ambos países. También ha puesto en su potencial guillotina, al menos de palabra, un acuerdo comercial con Corea del Sur, justo en el momento en que la alianza con Seúl es clave para enfrentar la amenaza nuclear de Corea del Norte. Ha denunciado con regularidad las medidas "proteccionistas" de la Unión Europea (UE) y el déficit comercial con Alemania y ha cuestionado a la Organización Mundial de Comercio. Y en la diana de sus amenazas suele poner a menudo al máximo símbolo del multilateralismo: la ONU. Repite las críticas a "la burocracia" y a la mala gestión, exige una reforma y el jueves su embajadora, Nikki Haley, recordaba que Washington, principal contribuyente a la organización, seguirá evaluando su "nivel de compromiso" en todas las agencias del sistema.