La delegación surcoreana ha llegado de Pyonyang cargada de regalos: una cumbre presidencial en abril y la oferta de Kim Jong-un de sacrificar su programa nuclear si Estados Unidos se compromete a no atacarle. Los acontecimientos se atropellan desde que el líder norcoreano anunciara en el discurso de Año Nuevo que enviaría una delegación a los Juegos Olímpicos organizados por el Sur. De Washington depende seguir con el círculo virtuoso o boicotear la senda que con tanto sudor ha desbrozado Moon Jae-in, presidente surcoreano.

Los anuncios llegaron en cascada. Corea del Norte ha colocado por primera vez su programa nuclear sobre la mesa de negociaciones. Lo canjeará por un compromiso de seguridad, según un portavoz ministerial surcoreano citado por la agencia Yonhap. «El Norte claramente afirmó su compromiso de desnuclearizar la península y ha aclarado que no existe razón para poseer armas nucleares si la seguridad de su régimen se garantiza y se eliminan las amenazas militares», anunció. Pyonyang también acordó pausar sus desmanes nucleares tan pronto Washington se acerque a la mesa.

La comitiva surcoreana ha arrancado el compromiso de una cumbre entre ambos presidentes que se celebrará en abril en la aldea de Panmunjon, situada en la zona desmilitarizada que divide a ambos países desde 1953. Pyongyang y Seúl también han acordado establecer una línea directa de contacto entre ambos presidentes que permitirá «un diálogo cercano y rebajar las tensiones militares», desveló Chung Eui-yong, jefe de la oficina de Seguridad surcoreana.

La distensión entre ambas Coreas se da por segura. Caben más dudas sobre la relación de Pyonyang y Washington, el nudo gordiano del conflicto. Ambos han repetido su intención de dialogar pero discrepaban en el marco: Corea del Norte pedía negociaciones sin condiciones mientras la segunda exigía un desarme previo. El movimiento de Pyongyang deja sin excusas a la Casa Blanca y la coloca sin salidas honrosas: si acepta el diálogo parecerá que se somete a la agenda de un pequeño y empobrecido país de Oriente Lejano; si lo rechaza, será globalmente señalado como el saboteador del camino a la paz.

Donald Trump evidenció desde Twitter sus dudas con un mensaje de euforia medida y sugeridas amenazas: «Por primera vez en muchos años se están haciendo esfuerzos serios por todas las partes involucradas. El mundo está mirando y esperando. Puede que sean falsas esperanzas pero Estados Unidos está dispuesta a ir fuerte en cualquier dirección», dijo. El deshielo en la península ha privado a Trump de un aliado para su política hostil de sanciones y amenazas de «furia y fuego» que le había permitido cerrar copiosas ventas de armas en el vecindario. Los acuerdos certifican su fracaso tanto como el éxito de Moon, desdeñado por tibio desde la Casa Blanca.

Los enviados que han visitado durante dos días Pyonyang fueron los primeros surcoreanos en pisar la sede del Partido de Trabajadores y fueron agasajados por Kim Jong-un con un banquete. No es habitual que el dictador asuma personalmente las tareas diplomáticas ni que reparta sonrisas.

Incluso se mostró comprensivo cuando los delegados surcoreanos le aclararon que los compromisos con Washington les impedían suspender las inminentes maniobras militares conjuntas que cada año le descomponen sin remedio por entenderlas como ensayos de invasión. Si no superan en volumen a las anteriores, comunicó Pyonyang, no supondrán un problema. «Ha aclarado repetidamente que su postura permanente y su firme deseo es avanzar con vigor en las relaciones entre el Norte y el Sur y escribir una nueva Historia en la reunificación nacional», señaló la agencia oficial norcoreana.