Las primeras elecciones presidenciales que tienen lugar en Colombia después del acuerdo de paz con las FARC tienen un extraño aire a las elecciones de antes del acuerdo. Al igual que hace cuatro años, el contrato con la guerrilla forma parte del debate, y todos los que han seguido con atención la campaña saben que está en juego la puesta en marcha de algunos puntos clave pactados en La Habana. “Si gana Duque…”, dicen algunos con temor. Iván Duque, el candidato del Centro Democrático, el partido de centro derecha con relevantes personajes de ultraderecha en sus filas, el hombre apadrinado por el expresidente Álvaro Uribe -acérrimo crítico tanto del proceso como de los acuerdos-, no ha ocultado su incomodidad con parte de lo pactado y ha dicho que hay asuntos que habría que revisar. Lidera las encuestas con más del 40% de la intención de voto.

Le sigue en los sondeos Gustavo Petro, exguerrillero del M-19 y exalcalde de Bogotá, un político capaz y de oratoria brillante pero siempre rodeado de polémica cuyo discurso está emparentado con el de Podemos en España; el candidato de la izquierda que asusta a los empresarios y a la clase dirigente con sus promesas de gobernar para los necesitados y olvidados del país. “Si gana Petro…”, dicen algunos con temor. Si gana Petro, los acuerdos no están en peligro. Al contrario: al candidato de Colombia Humana le parece que la firma de la paz no ha traído los cambios que Colombia necesita para progresar y que es necesario llevar a cabo una reforma radical por la vía de las urnas. Es el segundo en las encuestas con cerca del 30% de la intención de voto.

De no ocurrir nada extraordinario, ambos están llamados a dirimir la presidencia de este momento crucial para el país en la segunda vuelta, el 17 de junio. Colombia se la juega entre los extremos. El centro político, representado por el matemático y profesor universitario Sergio Fajardo apenas tiene opciones, y el apoyo a los demás candidatos es minoritario. Quienes miran con recelo esta batalla de orillas opuestas alimentan la esperanza de que Fajardo, tercero en los sondeos, consiga este domingo el milagro de un repunte de última hora. Pero la formulan con la boca pequeña.

CÁLCULO ELECTORAL

El golpe a la legitimidad del acuerdo que supuso la victoria del ‘no’ en el referéndum, así como la lenta implementación de las medidas acordadas en La Habana, han instalado entre una parte de la clase política la idea de que la paz es parcialmente reversible, coinciden los analistas. “Este proceso electoral empezó justo después del referéndum -dice Rodrigo Uprimny, investigador del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia)-. En ese momento la derecha vio que si respaldaba los acuerdos estaría liquidada políticamente y decidió explotar el rechazo al acuerdo de medio país. Las FARC ya estaban desmovilizadas y no iban a asumir la responsabilidad de torpedear la paz, pero electoralmente les iba a resultar muy útil”.

Duque, el abanderado de esa derecha, no reniega del pacto en su totalidad -como sí hacen los elementos de ultraderecha de su partido-, pero sus objeciones no carecen de peso: la principal es que los cargos guerrilleros no deben pisar el Congreso sin antes haber rendido cuentas ante la JEP, la Jurisdicción Especial para la Paz. Dicho de otro modo, pondría trabas a la participación de las FARC en política, un punto capital del proceso ¿Bastaría eso para devolver al país a la guerra?

POLÍTICAMENTE COSTOSO

“No lo creo -dice el historiador Jorge Orlando Melo-. Una presidencia de Duque afectaría algunas medidas previstas en los acuerdos, pero no a lo fundamental. Nadie puede desconocer que en los últimos dos años se han reducido sustancialmente los homicidios en las zonas de conflicto, así que políticamente sería muy costoso dar marcha atrás”. De la misma opinión es Ariel Ávila, subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación y testigo de las negociaciones de La Habana. “Las FARC no van a volver a las armas, pero muchas reformas que deben hacerse al amparo del acuerdo se quedarían sin hacer, por ejemplo la crucial reforma agraria”. Y enseguida sentencia: “Hay mucho en juego en esta jornada. Hablamos de un país que se juega volver al pasado o seguir adelante”.

Para Marisol Gómez, editora de Paz del diario ‘El Tiempo’, “la presidencia debe ajustarse a las circunstancias del país, y lo que pide hoy el país es pasar página”, pero al mismo tiempo no descarta que con Duque al frente del Gobierno aumente la disidencia guerrillera. “En las FARC hay una línea moderada liderada por ‘Timochenko’ y la línea dura de ‘Iván Márquez’, que podría tener la tentación de volver a las armas en caso de incumplimiento de los acuerdos”. “Sería la diferencia -coincide Uprimny- entre tener una disidencia de 1.000 hombres, como ahora, y una de 3.000”.

Las elecciones se juegan entre dos temores: el temor a una presidencia de Duque que ponga en riesgo la paz y a una presidencia radical de Petro. “El país está polarizado desde el referendo”, dice Gómez. Con un discurso que habla no solo de justicia social sino de temas como el medio ambiente y la libertad sexual, el exalcalde de Bogotá se ha granjeado el apoyo de la juventud, y con su oratoria poderosa ha llenado plazas como ningún otro candidato en esta campaña. Pero más de medio país, según las encuestas, lo sigue mirando con temor. “Que el odio no gane el 27 de mayo”, reza un grafiti en las calles de Bogotá. No parece fácil.