No había muchas dudas a estas alturas de que los servicios de inteligencia israelís mataron a Imad Mughniyah, el jefe de operaciones internacionales de Hizbulá, algo que han sugerido a lo largo de los años varios políticos y militares israelís. Otra cosa era la implicación de EEUU. Según The Washington Post, la CIA colaboró estrechamente con el Mossad para organizar el atentado que acabó con Mughniyah en febrero del 2008 en Damasco (Siria), un episodio que disparó la tensión en Oriente Próximo y acentuó la guerra encubierta que libran el bando prooccidental y proiraní en la región.

Mughniyah estaba en la lista de los terroristas más buscados por EE UU desde mediados de los 80 por su presunta presunta implicación en los atentados contra la embajada estadounidense y el cuartel de los marines en Beirut, saldados con cientos de muertos, así como en el secuetro del vuelo de la TWA 847 en Atenas. Lugarteniente de Hassán Nasrala, el jefe de la milicia-partido chií libanesa de Hizbula, con los años se le vincularía a otros ataques como el que mató a 85 personas en un centro judío de Buenos Aires. Israel quería matarlo y Washington, también.

Para cubrirse las espaldas legalmente y poder circunvalar las leyes que prohíben los asesinatos a la CIA, la Administración Bush recurrió a la doctrina de la defensa propia, apoyándose en el hecho de que Hizbulá empezó a entrenar en el 2003 a algunas de las milicias chiís que combatieron a sus fuerzas en Irak. «Teníamos que demostrar que representaba una amenaza continua para los estadounidenses», asegura al Post un exfuncionario norteamericano en Bagdad. La idea inicial de matarlo surgió de los israelís, pero EE UU se mostró receptivo desde el primer momento.