The Economist ha llamado al escándalo de los correos electrónicos de Hillary Clinton “la historia interminable”, y esta semana se ha confirmado que es un fantasma que complica la campaña de la candidata demócrata, aunque siga siendo clara favorita para ganar las elecciones presidenciales el 8 de noviembre.

El lunes se supo que el FBI ha entregado al Departamento de Estado 15.000 nuevos correos que Clinton envió o recibió, con el polémico uso de un servidor privado, cuando era secretaria de Estado, entre 2009 y 2013. Es el último capítulo de una saga que lleva dando quebraderos de cabeza a Clinton desde que lanzó su candidatura hace más de un año. Y no tiene visos de desaparecer antes de los comicios: un juez ha ordenado que para el 13 de septiembre se haga público cualquier mensaje de la semana de 2012 en que se produjo el ataque al consulado en Bengasi (Libia) y en que murieron el embajador Chris Stevens y otros tres estadounidenses. Otro magistrado ha dado dando indicaciones a Estado de que deberá hacer públicos todos los correos, algunos de los cuales podrían ver la luz antes de la cita con las urnas.

La propia Clinton ha reconocido el uso de un servidor privado como un “error” y aunque se ha librado de una investigación criminal,afronta las reprimendas del director del FBI, James Comey, que aseguró que había sido “extremadamente descuidada” en su manejo de información confidencial del Gobierno. Ese, no obstante, no es el mayor de sus retos.

“DESHONESTA” PARA EL 66%

Clinton es una candidata con un serio problema, pues el 66% de los estadounidenses le ven como “deshonesta”, según una encuesta reciente de Quinnipiac, y en la que Trump solo plantea dudas por su honestidad al 53%. En ese mismo sondeo, incluso entre los demócratas la mala imagen de Clinton es destacable (36%) y se convierte en preocupante entre los jóvenes: el 71% de los menores de 35 años creen que no se puede confiar en ella.

Son índices que difícilmente mejoraran ante otras de las revelaciones que le han puesto en aprietos esta semana y que van a acompañarle hasta noviembre: nuevos indicios de que hubo graves conflictos de intereses en su época al frente de la diplomacia por supuesto tráfico de influencias con donantes de la filantrópica Bill, Hillary and Chelsea Clinton Foundation.

EL PRÍNCIPE DE BAHREIN

Dos semanas después de sacar a la luz documentos que ya apuntaban a ese tráfico de influencias, el grupo conservador Judicial Watchha publicado mensajes cruzados entre Huma Abedin, una de las más cercanas asesoras de Clinton, y Doug Band, un hombre clave en la fundación. El más dañino es uno relacionado con el príncipe Salman de Bahréin. Band escribió a Abedin diciendo que el príncipe, que donó 50.000 dólares a la fundación y ha invertido otros 32 millones en una beca escolar, quería verse con Clinton.“Buen amigo nuestro”, decía. Abedin contestó diciendo que el príncipe había pedido la reunión “por los canales normales” y que Clinton tenía dudas, pero dos días después confirmó que habría un encuentro.

No hay nada que pruebe ilegalidad en los mensajes, como se han encargado de recordar la propia Clinton, su campaña y sus defensores. Pero ello no ha evitado que Donald Trump haga sangre. El candidato republicano, que donó 100.000 dólares a la Fundación y participó en uno de sus encuentros, ha lanzado una campaña en la que urge a que se nombre a un fiscal especial para investigar. Y ha llegado a decir que Clinton “vendió favores y acceso a cambio de dinero”.

UNA CUESTIÓN DE PERCEPCIONES

Como escribía en 'The Washington Post' Chris Cilliza, Clinton “nunca ha sido muy buena en entender que, en la política, la percepción casi siempre es igual a la realidad”. Y a las malas percepciones tampoco les ayuda una investigación publicada también esta semana por la agencia Associated Press, que confirma que al menos 85 de 154 individuos que no formaban parte de ningún gobierno y se reunieron o hablaron con la secretaria de Estado donaron dinero a la fundación, en concreto 154 millones. Clinton, su entorno y varios medios han respondido con furia contra la información y han asegurado que encuentros con gente como Melinda Gates o un premio Nobel por su trabajo en macrofinanciación se alineaban con prioridades del Departamento de Estado.

Esta semana, Bill Clinton anunciaba que si su esposa gana en noviembre la Fundación dejará de aceptar donaciones de gobiernos extranjeros y corporaciones y él abandonará el consejo administrativo. Para algunos no es suficiente y hasta el progresista 'The Boston Globe' llamaba en un editorial a la fundación a dejar de aceptar donaciones inmediatamente y hacer planes para cerrar. Otros, como el director de investigaciones del 'International Business Times', David Sirota, se preguntan “porqué se permitió que existiera el potencial conflicto de intereses cuando ahora la campaña y la fundación dicen que sería inaceptable si fuera presidenta. ¿Cuál es la diferencia?”