Hay quienes buscan tesoros en el fondo del mar y hay otros que buscan reyes debajo de los aparcamientos. Tres años después del descubrimiento de los restos del rey Ricardo III, enterrado bajo un parking en la ciudad inglesa de Leicester, los investigadores andan tras la pista de los restos de un nuevo monarca inglés. El difunto no es otro que Enrique I, uno de los primeros soberanos de Inglaterra, tras la conquista normanda en el siglo XI. Al parecer Enrique murió víctima de una indigestión de lampreas, un pescado que resultó fatal para su salud. Tras el atracón fue enterrado en la abadía de Reading, destruida cuatro siglos más más tarde. El solar es hoy un aparcamiento y el campo de recreo de una escuela. Philippa Langley, historiadora amateur, que dio con Ricardo III, ha empezado a hacer cálculos para tratar de determinar el lugar exacto de la tumba y comenzar las excavaciones. Y si la reputación de Ricardo III, el deformado tirano retratado por Shakespeare, no era exactamente la de un santo, la de Enrique I tampoco es la de un ángel. Con fama de cruel, subió al trono en 1100, después de que su hermano Guillermo II muriera en circunstancias sospechosas en un accidente de caza. De maneras muy finas, tenía una educación esmerada y fue el primer rey normando que aprendió a hablar inglés.