Austria se encamina a un cambio de rumbo. Tras 11 años seguidos de gobiernos de coalición entre socialdemócratas (SPÖ) y democristianos (ÖVP), la república transalpina celebra este domingo unas nuevas elecciones que llevarán al país a dar un giro a la derecha. Con tan sólo 31 años, el carisma y la popularidad del líder conservador Sebastian Kurz llevarán con toda probabilidad a los conservadores a recuperar la hegemonía política por primera vez desde 2002. Las encuestas le pronostican un 33% de los votos.

El fuerte empuje de Kurz, que ha llevado al partido a crecer hasta 13 puntos desde enero, ha mermado el impacto del ultraderechista Partido por la Libertad (FPÖ), que lideró todas las encuestas entre junio del 2015 y abril de este año. Aún así, la dura retórica euroescéptica y contraria a la inmigración se ve recompensada en Austria. La formación apunta a un 25% de los votos que le abriría las puertas a un Gobierno con una posible coalición conservadora o a influenciarlo desde la oposición. Sea como sea, su impacto es palpable desde hace años con políticas migratorias cada vez más restrictivas y discriminatorias.

Los socialdemócratas serán los principales perdedores. Además de perder su hegemonía, caerían, según los sondeos, hasta un 24% de los votos y a la tercera posición, su peor resultado histórico. Sus malas perspectivas empeoraron hace dos semanas cuando el secretario general del partido fue forzado a dimitir tras las acusaciones de que estaban detrás de páginas que difamaban a Kurz con mentiras en las redes sociales.

Ni un año después que se frustrase la llegada de la ultraderecha a la presidencia de Austria, el FPÖ amenaza con volver al poder. Ninguno de los dos grandes partidos ha descartado pactar con ellos. Sin embargo, ni la fractura anterior ni las elecciones anticipadas descartan que pueda repetirse otra gran coalición como cordón político frente a la ultraderecha, algo que ya sucedió en 2008.

El Macron austríaco

En los últimos años, la política austríaca ha sido propensa a la inestabilidad. En mayo del 2016, el canciller Werner Faymann dimitió tras la debacle socialdemócrata en una primera vuelta de las presidenciales que ganó la ultraderecha. A su sucesor, Christian Kern, la alegría le duró poco. Este mayo la coalición de Gobierno se desmembró en mayo cuando el líder conservador Reinhold Mitterlehner dimitió por las peleas internas. Su lugar lo ocupó el joven y carismático Kurz, entonces ministro de Exteriores, quien no tardó en forzar la convocatoria de unas elecciones anticipadas.

Con una candidatura personalista y una lista de independientes apoyada por el ÖVP, Kurz siguió el mismo camino que el presidente francés Emmanuel Macron. Endurecer los controles en la frontera y dejar de rescatar a refugiados del Mediterráneo están entre sus propuestas. La estrategia parece dar sus frutos, pasando de una intención de voto del 20% en enero al 33% actual.

En un debate televisado, el FPÖ insinuó que Austria debería unirse al llamado Grupo de Visegrado, la alianza formada por Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia, muy críticos con la Unión Europea (UE). Un gesto que les alejaría de Bruselas. Entre sus planes también figura denegar ayudas sociales a los inmigrantes.

Normalización de la ultraderecha

Marcados por un contexto de creciente tensión e intolerancia en el continente, el mundo fija ahora su atención en este pequeño y plácido país transalpino, pionero y exportador del ultranacionalismo de corte racista y autoritario que crece en Europa. Pero, a diferencia de otras formaciones emergentes, el éxito del FPÖ nace con unas fuertes raíces históricas. No es un fenómeno pasajero.

Fundada en 1956 por el antiguo antiguo miembro de las SS y del Gabinete de la Austria nazi Anton Reinthaller, el FPÖ rompió la hegemonía bipartidista del país. Hasta 1986 participaron en dos gobiernos pero ese pactismo terminó con el liderazgo del ultra Jörg Haider, quien retomó el discurso etnonacionalista, identitario, xenófobo y antieuropeísta que define al nuevo FPÖ. A pesar de sus flirteos neonazis y antisemitas, el carismático nuevo líder supo relanzar el partido y convencer a las clases más vulnerables del país.

Bajo la batuta de Heinz-Christian Strache, quien mantiene un pasado neonazi, el FPÖ creció hasta equipararse a los dos partidos tradicionales haciendo de la islamofobia su insignia. "Recuerda a Haider por su control de la imagen y su populismo, pero con Strache se ha llegado a un racismo más explícito y sin complejos", asegura Karin Liebhart, politóloga de la Universidad de Viena.

El FPÖ ha conseguido instalarse como una alternativa a los grandes focos de poder, no como una anomalía democrática. La aceptación social de una ideología que en otros países era condenada al ostracismo fue su primera victoria. Una nueva demostración de fuerza en las elecciones del domingo puede llevarles de nuevo al poder.