Ocho días tuvieron que pasar desde que el ARA San Juan se hundiera en el mar de la incertidumbre para que la Armada argentina empezara a ofrecer amargas informaciones que se acercan a la verdad de lo ocurrido. De acuerdo con la institución naval, el 15 de noviembre, el día en que el submarino perdió contacto con su base de operaciones en Mar del Plata, «hubo un evento anómalo, singular, corto, violento y no nuclear, compatible con una explosión». Y esto sucedió en la zona por donde navegaba el sumergible. Aunque se evitaron las descripciones luctuosas, todo un país intuyó que los 44 tripulantes del submarino no volverán a pisar tierra firme.

El Gobierno del presidente Mauricio Macri recibió esa información a través del embajador argentino en Austria, Rafael Grossi, a su vez representante ante la Organización de Control de Pruebas Nucleares. Ese organismo está dotado de una red de estaciones sísmicas hidroacústicas que puede verificar ensayos. Grossi avisó al ministro de Exteriores, Jorge Faurie, y este se lo hizo saber al titular de Defensa, Óscar Aguad, quien por primera vez fue informado de lo que había ocurrido en el Atlántico Sur antes de que lo supiera la Marina de Guerra.

El portavoz de la Armada, el capitán Enrique Balbi, informó luego de la novedad públicamente. Balbi dijo que se desconocían las causas de la «explosión», y de inmediato, como si se corrigiera, precisó que habría sido una «implosión».

Sigue el operativo / Los equipos de medición hidroacústica de anomalías sísmicas con los que se registran eventuales explosiones nucleares están en la británica isla Ascensión y en la isla Crozet, parte de un archipiélago francés situado al sur-sudeste de Sudáfrica, de latitud coincidente con Puerto Deseado, en la provincia argentina de Santa Cruz. «O sea: dos sensores a 7.000 kilómetros y otro a unos 10.000 kilómetros de distancia registraron el suceso catastrófico que habría hecho sucumbir al S-42», concluyó el diario La Nación.

El nuevo parte de la Armada coincide con el impresionante operativo internacional, en el que colaboran más de una docena de países, con el propósito de localizar al sumergible. Las tareas se despliegan en el mar austral argentino en medio otra vez de condiciones climáticas adversas. «En caso de que se haya ido al fondo más allá del talud de la plataforma continental, no se puede descartar que el casco haya colapsado irremediablemente», añadió La Nación.

Especialistas y veteranos recordaron el caso del Scorpion, un submarino nuclear estadounidense declarado perdido en junio de 1968 con 99 tripulantes en su interior. El hallazgo del ARA San Juan permitiría no obstante conocer algo más de lo ocurrido, las razones de una explosión que se da por cierta y si también hubo problemas con las baterías que suministraban energía al submarino.

La suerte corrida por el ARA San Juan puede estar relacionada con la obsolescencia del equipamiento de la Armada, y se señala además la existencia de otras negligencias que pronto serán investigadas por la justicia. Entre rumores, hipótesis infundadas y las primeras certezas, están los 44 tripulantes y sus familiares. Los seres queridos de Pedro Martín Fernández, el capitán del submarino, no dejan de decir en voz alta lo que repetía antes de volver al mar. Juraba a los suyos que este iba a ser su último viaje. «Después se quedaría con nosotros», contó su octogenaria madre, Emma Nelly Juárez.

Este caso del Ara San Juan ha recuperado para la memoria el hundimiento de otras naves en el pasado, por averías, accidentes o por haber sido blanco de objetivos militares.

Uno de los casos más mortíferos y recientes fue el del sumergible ruso Kursk, uno de los submarinos nucleares más grandes jamás construidos, que tras sufrir varias explosiones en la cámara de torpedos se hundió a 108 metros de profundidad con 118 tripulantes en el mar de Barents en agosto del año 2000. Tres años más tarde, el 30 de agosto del 2003, el submarino atómico K-159 se hundió durante una tormenta, también en el mar de Barents, a una profundidad de 170 metros y con 10 personas a bordo, de las que una fue rescatada con vida.

Bajo las aguas hay al menos otros seis submarinos nucleares más, según la revista Ingeniería Naval: dos de la armada de Estados Unidos y cuatro de la armada de la ex-Unión Soviética.