La Torre de Grenfell “ardió como una antorcha”, según palabras de uno de los testigos de la violencia y voracidad del fuego que en la madrugada del miércoles devoró a velocidad imparable las 24 plantas del edificio de viviendas en el barrio londinense del norte de Kensington. “Una escena del Tercer Mundo”, según la apreciación de uno de los responsables de los bomberos. Un suceso horrendo, en uno de los distritos municipales más ricos del Reino Unido y del mundo. Nadie se explica lo ocurrido en este bloque de viviendas sociales,en el distrito de Kensington y Chelsea, donde la gente más humilde vive solo a unas calles de los multimillonarios, las celebridades y algún exprimer ministro. De acuerdo con el último balance de víctimas ofrecido esta noche por la policía metropolitana, al menos 12 personas han muerto, casi 70 han resultado heridas y un número no precisado están desaparecidas. Las cifras de fallecidos, se advirtió, aumentará considerablemente.

La tragedia sucedió de madrugada. Unas 600 personas estaban durmiendo en los 124 pisos del rascacielos, en el centro de la ciudad, muy cerca de una de las autopistas de entrada oeste a la capital. Una de las zonas más pobres de un distrito muy rico. El edificio había sido renovado completamente el año pasado. Hacia la una de la mañana el fuego, que según testigos partió de una de las viviendas y parecía sin gran importancia y controlable, se extendió a velocidad inaudita por las 24 plantas del edificio. En poco más de una hora el rascacielos ardía por los cuatro costados. Algo así es, según los expertos, simplemente inaudito y nunca debería haber ocurrido. Los inquilinos, especialmente los que se hallaban en los pisos inferiores, lograron escapar, pero muchos otros quedaron atrapados por las llamas y el humo. Los vecinos de las casas colindantes escucharon impotentes las explosiones y los gritos de quienes pedían socorro, sin poder hacer gran cosa. “Era una tortura escucharles”, afirmó una de esas vecinas. “Parecía una película de horror”, señaló un hombre.

En la torre, con una guardería en sus bajos, vivían muchas familias con niños pequeños y algunos padres arrojaron por las ventanas a sus hijos con la esperanza de poder salvarles. “Una mujer salió a la ventana y con gestos indicó que iba a lanzar a su bebé y que por favor lo atraparan”, comentaba una mujer que vio la escena. “Debía ser desde el piso noveno o décimo. Afortunadamente, los servicios de emergencia lo atraparon”. Algunos residentes escaparon de milagro, pero lo han perdido todo. “Sigo viva y estoy agradecida, pero todo lo que he trabajado por conseguir durante años, lo he perdido. No tengo nada. Ni casa, ni nada”, declaraba una mujer ya mayor, al borde de las lágrimas.

GESTIÓN PRIVADA

La torre de Grenfell es propiedad del distrito municipal local, pero de su gestión se encarga una compañía, el Kensington and Chelsea Management, que invirtió miles de millones en renovar el edificio el año pasado. Los vecinos se habían quejado repetidamente de la falta de medidas de seguridad y del riesgo de incendio. Sus temores fueron ignorados o rechazados. De acuerdo con muchos testimonios, las sirenas de alerta en la torre no funcionaron y solo había una escalera de emergencia al final de los largos pasillos. La única orden de seguridad era permanecer dentro de las viviendas hasta ser rescatados. Un grupo de residentes había advertido el pasado año que solo una catástrofe con gran pérdida de vidas haría que las autoridades les escucharan. El alcalde de la capital, el laborista Sadiq Khan, no quiso entrar de momento en especulaciones, pero advirtió: “Hay muchas preguntas que deben ser contestadas”. El Gobierno ha ordenado ahora la revisión de otros bloques de viviendas similares a la torre de Grenfell.

La reacción de los miembros de la comunidad, gentes de todos los credos, orígenes, culturas y religiones confundidos, fue extraordinaria. Centros sociales, iglesias y mezquitas del norte de Kensington abrieron sus puertas para acoger a los afectados, para consolar a los que esperan noticias de los desaparecidos, para tratar de calmar su ansiedad y compartir su pena. Los donativos de comida, bebida, ropa, artículos de aseo, pañales y leche infantil fueron tan generosos que a última hora de la tarde se pidió que nadie llevara nada más. Fue el lado humano, solidario y reconfortante de otra jornada de luto para una ciudad muy castigada en los últimos meses.