En su primera película de ficción, el realizador canadiense Philippe Lesage nos acerca a la infancia desde la perspectiva de un niño de diez años que comienza a interrogarse sobre su identidad a través de sus miedos e inseguridades. Al mismo tiempo, se adentra en la zona más oscura del ser humano para desvelar la figura de un depredador sexual que acecha en la sombra esperando su oportunidad.Estrenada este viernes, 'Los demonios' es una película narrada con una precisión casi quirúrgica que escarba en la trastienda de una sociedad enferma en la que se contraponen los conceptos de inocencia y perversión.

¿Cómo surge la génesis de la película? Al igual que la gente va al psicoanalista, yo quería desnudarme a través de esta historia, ya que de alguna manera narra episodios de mi propia infancia que me parecían un tanto oscuros y hacia los que siempre había sentido mucho pudor a la hora de enfrentarme a ellos. Parte del deseo de explorar las pulsiones que sentí a esa edad. Y al igual que ocurre cuando haces terapia, si quieres que funcione de verdad, tienes que ser lo más transparente posible.

Quizás por ello no se corta a la hora de abordar temas tabús en torno a la infancia. Estoy en contra de la imagen de la infancia como algo puro e inocente. Para mí los niños tienen una parte oscura muy desarrollada y pueden llegar a ser bastante perversos y crueles. Una sociedad gobernada por niños no sería nada pacífica (ríe) Cuando comencé a escribir y rodar la película creía que trataba sobre los miedos en la infancia. Pero luego me di cuenta de que esos miedos siempre tenían un origen común: la sexualidad. Creo que, al fin y al cabo, la mayor parte de nuestros temores están relacionados con eso.

¿Siempre tuvo claro que introduciría la figura del pederasta en la película? Es que también forma parte de mi infancia. Cuando era pequeño hubo una ola de secuestros en Montreal, y desaparecieron muchos niños de mi misma edad. Aquello me impactó muchísimo, e incluso llegó a crear en mí un sentimiento de culpa.

Parece el argumento de una película de terror… Lo es. De hecho, también he jugado con eso, con esos códigos. Mantuve el escenario en el que viví, los barrios de la periferia a modo de zona residencial, que son los mismos que aparecen en 'Halloween' de John Carpenter o 'Pesadilla en Elm Street'.

¿Tuvo en la cabeza algún tipo de referencia más? Como buen cinéfilo he aprovechado para introducir homenajes explícitos. Bergman y 'Fresas salvajes', Kubrick y Carlos Saura con 'Cría cuervos' y la escena del baile. Me quito el sombrero ante mis mitos.

Ha optado por no mostrar la violencia, por situarla en un segundo plano. Es una regla que me impuse. Siempre es más potente lo que uno se imagina que lo que ve. De todas maneras, hay un momento en el que sí es explícita. Porque igual que me gusta marcarme reglas y límites, también disfruto mucho rompiéndolos.

Usted proviene del ámbito del documental. ¿Ha mantenido la misma manera de rodar para acercarse a esta historia? Porque tiene un carácter observacional muy fuerte. Para mí la realidad es mucho más inspiradora que la ficción y he querido mantener el enfoque del documentalista más directo, más paciente, que se esconde detrás de la cámara esperando que pase algo. Por eso he utilizado tomas y planos muy largos, para trabajar la tensión y la incomodidad. El espectador está esperando que ocurra alguna cosa, pero mientras, puede fijarse en los detalles y en toda la información que te dan las imágenes. Todo el universo puede contenerse en una escena que transcurra en el patio de un colegio. En apariencia todo es banal, pero si se rasca un poco se descubre que están pasando cosas muy perturbadoras. Como director, me gusta ir más allá de las apariencias.