Que Meg Ryan esté estos días en el Festival de Locarno para recibir un premio honorífico pillará a más de uno por sorpresa, y habrá hasta quien considere que no hay mucho que honrar; porque en los últimos años la actriz ha dado que hablar menos por el cine que por su estropicio facial, y porque, en su día, sus mayores momentos de gloria se los proporcionó un género de tan dudosa reputación como la comedia romántica. «He hecho unas cuarenta películas y solo una docena de ellas pertenecen a ese género, pero para muchos sigo siendo la Novia de América», lamenta Ryan en la ciudad suiza. «Entiendo la inclinación de la gente a poner etiquetas, pero acaban resultando tremendamente simplistas».

A sus 56 años, reconoce que su carrera en buena medida se sostiene sobre títulos como Cuando Harry encontró a Sally (1989) o Tienes un e-mail (1998) pero, al mismo tiempo, confiesa tener sentimientos contradictorios con el éxito que le proporcionaron.

«Lo cierto es que yo nunca quise ser actriz; empecé rodando anuncios publicitarios para ganar algo de dinero fácil, y todo lo demás vino casi por accidente», recuerda. «Quizá por eso siempre fui una celebridad reticente. No me acostumbraba a que la gente me abrazara por la calle. Si hubiera empezado en este negocio 20 años más tarde, ahora mismo estaría loca de atar. No podría soportar el constante escrutinio que las redes sociales imponen sobre las actrices».

Como parte del homenaje a la actriz, Locarno proyecta Algo para recordar (1993) y En carne viva (2003), dos obras clave para entender su trayectoria: con la primera empezó su encasillamiento y la segunda fue su más polémico intento de salirse de él; la audiencia no supo cómo reaccionar al verla participando en escenas como una felación. «Era una película muy oscura y creo que los responsables de promocionarla no fueron capaces de dejarles claro a los espectadores que en ella no iban a encontrar a la Meg Ryan que esperaban, pero yo me siento muy orgulloso de ella». Tanto las demás películas alejadas de territorios románticos que rodó en aquella época como sus otros intentos posteriores de cambiar de imagen, más literales, se toparon con el rechazo público. «Es por eso que decidí dejar de actuar para Hollywood».

¿Siente que fue víctima de cierta forma de sexismo? «Sin duda. Es decir, nadie me metió mano, pero la discriminación sexual es mucho más que eso», recuerda. «Afortunadamente, las cosas van a cambiar para siempre, y no solo porque después del escándalo de Harvey Weinstein los poderosos se lo pensarán dos veces antes de cosificarnos; es, ante todo, una cuestión de oferta y demanda: las mujeres ganarán más peso en la industria porque el público femenino está yendo más al cine, y por tanto habrá más películas hechas por y para ellas». Ryan debutó tras la cámara hace tres años con el drama bélico Ithaca. Ya tiene varios proyectos como directora sobre la mesa, y tiene claro que se centrará en ellos. «No descarto nada, pero siento que mi carrera como estrella de Hollywood es cosa del pasado. Estuvo bien mientras duró. Me divertí mucho, hasta que dejé de hacerlo».