Es la primera vez que me toca en este diario escribir el perfil de un amigo, pero les prometo que intentaré evitar la tentación hiperbólica que conduce al panegírico, tan habitual en estos casos. El pobre Alberto San Juan (Madrid, 1968) anda estos días saliendo mucho en los papeles, aunque no por sus frecuentes muestras de talento, sino porque el PP de Granada ha intentado prohibirle que represente una obra escrita por él mismo, Autorretrato de un joven capitalista español; obra que, por cierto, lleva en danza desde el 2013, por lo que el número de mentes supuestamente envenenadas por tan subversivo texto debe alcanzar ya unas cifras espeluznantes.

El caso es que el PP granadino se acaba de enterar de lo peligrosa que es la pieza en cuestión y no ha dudado en montar otro de esos numeritos que tan bien le van a Ramón Cotarelo -y otros sabios de la izquierda alternativa- para concluir que en España sigue imperando el franquismo. Ya solo falta que me acusen a Alberto San Juan de un delito de odio o que le apliquen la legislación antiterrorista.

Muy politizado

Cierto es que nuestro hombre está muy politizado: milita en Podemos, predica el arte popular desde el Teatro del Barrio madrileño, que dirige y que está delante de la sede del partido de Pablo Iglesias, siempre se ha declarado de izquierdas y hay quien lo mete en el mismo saco que a su amigo Guillermo Toledo (injustamente, ya que a Willy se le fue la olla hace mucho y Alberto conserva la cordura, o la conservaba la última vez que nos vimos, que fue hace bastante tiempo).

No estaba tan politizado cuando lo conocí a principios del siglo XXI y le ofrecí el papel protagonista de Haz conmigo lo que quieras (2004), la única película que esta sociedad cruel y hostil me ha dejado dirigir hasta el momento (les ahorro la lista de proyectos que nunca llevaron a ninguna parte porque resulta muy deprimente, sobre todo para mí). Me había gustado mucho en Los lobos de Washington, de Mariano Barroso, El otro lado de la cama, de Emilio Martínez Lázaro, y San Bernardo, de Juan Potau. Necesitaba a alguien que resultara igual de brillante en el registro cómico y en el dramático -la película era una tragicomedia, cosa que el distribuidor nunca entendió- y tenía el pálpito de que Alberto era el hombre adecuado. No me equivoqué. Es más, acabé el rodaje convencido de que Alberto San Juan estaba hecho de la misma madera que Cary Grant o Bruce Willis y servía, en el buen sentido, para un barrido y para un fregado. Pude comprobarlo en Horas de luz, de Manolo Matji, donde nuestro hombre brillaba en un registro totalmente dramático.

Drama o comedia

Si se mueve igual de bien en el drama y la comedia es porque, como pude descubrir gracias a nuestras conversaciones durante el rodaje, Alberto tiene un lado oscuro que es el que le hace interesante como ser humano. Aparentemente, se comportaba como un tipo chistoso y ligón con permanentes ganas de juerga, pero cuando se le ponía la nube encima aparecía un existencialista notable. Nunca olvidaré una frase que me soltó en una pausa del rodaje, sobre la película y la vida en general: «Ramón, hay que ver lo que da de sí la miseria moral del ser humano».

Me gustaría verle más en la gran pantalla, pero hace tiempo que se siente más a gusto en el teatro, que tal vez combine mejor con el activismo político y le permita más control sobre lo que hace. Y espero que siga escribiendo obras y monólogos para la escena, aunque el Partido Popular no les vea la gracia y las intente prohibir.