James Rhodes (Londres, 1975) lleva toda su vida desafiando las normas de la lógica y el sentido común. Después de ser violado de forma continuada por su profesor de gimnasia de los 5 a los 9 años y manifestar más tarde esa herida emocional en forma de trastornos mentales, visitas al psiquiátrico y tentativas de suicidio, tenía muchas papeletas para acabar en un despojo humano, pero todo lo que hoy escribe y cuenta transmite la alegría del hombre más feliz del mundo.

Se gana la vida como concertista de piano clásico, pero sus recitales los da en vaqueros y en su currículo cuenta con una participación en el Sónar. No sabe castellano -lo está estudiando- y apenas lleva un año viviendo en Madrid, pero sus artículos de prensa y sus comentarios en Twitter sobre el costumbrismo local son el retrato más certero, fresco y desprejuiciado de la cultura y el carácter de los españoles.

Muchos de los que se acercarán este verano a escuchar su interpretación de Rachmaninov, Bach y Chopin, eje habitual de sus recitales, lo harán movidos por una curiosidad que trasciende el interés por la música clásica. Unos le han descubierto leyendo las páginas de Instrumental (Blackie Books), la autobiografía que publicó hace tres años (el año pasado firmó su segundo libro, Fugas). Otros han sabido de él por su colaboración en A vivir que son dos días, de la SER.

Pero lo que ha acabado convirtiéndole en una auténtica celebridad es su perfil de Twitter, donde cuenta con 118.000 seguidores y mantiene una intensa producción de mensajes en los que, aparte de hablar de música, se dedica a llamar la atención sobre las particularidades de la lengua de Cervantes, ensalzar las costumbres españolas y expresar el profundo amor que siente hacia España.

No hay nada como un británico pasmado y avispado para descubrir cómo somos a través de su mirada. Rhodes se sorprendía hace poco de la riqueza del castellano como fuente de insultos ingeniosos y se atrevía con un diccionario urgente para guiris que quisieran conocer el significado de expresiones como lameculos, mamarracho o perroflauta.

Empedernido comilón, en tuits cargados de palabrotas -las adora- acostumbra a expresar su amor por hallazgos gastronómicos como las torrijas, el salmorejo, las croquetas y los churros, así como de tradiciones como la merienda. Convencido de que «en España todo es mejor», no le ha librado de recibir el reproche de una minoría que considera «cursi» y «sospechosa» tanta devoción. Rhodes reside en Madrid junto a su novia, la modelo y actriz argentina Micaela Breque (expareja del cantante Andrés Calamaro) y no le faltan ni los encargos laborales ni el cariño de la gente, pero el pianista no descuida la delicada misión por la que decidió convertirse en un personaje público: denunciar los abusos sexuales en la infancia.