Messi suele ganar los partidos. Pero el equipo tampoco los pierde, refundado desde la sensatez y la fiable mirada defensiva que ha transmitido Ernesto Valverde. Con Messi, y a mediados en agosto, deprimido y zarandeado por la inesperada huida de Neymar al PSG, el Barça encajó cinco goles en la Supercopa de España ante un Madrid desatado, preludio de lo que parecía ser un curso tan negro como tormentoso. Era un equipo roto, con un líder angustiado (Leo) y un técnico novato (el Txingurri). Siete meses después, es otro Barça, sostenido, como casi todos, por la infinita magia del 10, resguardado, además, por una sólida red de seguridad creada por Valverde, que ha convertido en la mejor defensa de Europa a la zaga culé. No, no se trata de ninguna exageración. Es real. El desequilibrado Barça del tridente ha dejado paso, tras un minucioso trabajo colectivo («la solidez es de los jugadores», se apresura a explicar el técnico como si no tuviera nada que ver), a un rocoso Barça. Tan sólido que es capaz de dejar su portería a cero en 30 de los 47 partidos oficiales que lleva. Tan consistente que su defensa de gala se recita de memoria con Sergi Roberto, ya con alma de lateral derecho, Piqué, Umtiti y Jordi Alba, un extremo (lleva 10 asistencias de gol) disfrazado de lateral zurdo. Aquella visita veraniega al Bernabéu fue, curiosamente, el origen de todo. El equipo, empezando por Piqué, asumió su inferioridad ante el Madrid por vez primera en los últimos nueve años. Cuando volvió, a finales de diciembre, demostró que había aprendido la lección: 0-3 en el clásico de la Liga y la sensación de robustez que necesitaba Valverde para fortalecer su proyecto. En el trayecto, el técnico se refugió en el 4-4-2 para salir de esa terrible debilidad.