Albert Park, sábado. La primera clasificación de la temporada. Lewis Hamilton aventaja en ocho décimas a los dos Ferrari. Todo apuntaba, de nuevo, a un paseo militar de Mercedes hacia el quinto título del chico de Stevenage.

Pero aquel sábado de Melbourne fue la última vez que se le vio sonreír. Es verdad que Mercedes ha cometido errores de estrategia desde el muro, que las flechas de plata sufren para hacer trabajar los neumáticos, pero lo más preocupante es ver a Hamilton batido, una y otra vez, por su compañero Valtteri Bottas. Lo sorprendente es ver al tetracampeón abatido, sin capacidad de lucha, resignado a su suerte, con la condescendencia de quien se ve víctima de errores ajenos.

En Australia sí, allí sí pudo culpar a su equipo. Entraron al trapo de la estrategia con el cebo que Ferrari les mostró con Kimi Raikkonen y Sebastian Vettel les robó la cartera. Hamilton se veía ganador el sábado, con un coche muy superior, y acabó viendo cómo su máximo rival al título descorchaba el champán. Y lo peor es que en aquella primera carrera dañó la caja de cambios y se presentó a la clasificación de Bárein sabiendo que tendría que ceder cinco puestos por sanción. El Hamilton de otras temporadas, el Lewis de los mejores momentos, se hubiera enrabietado y hubiera buscado su mejor versión para lograr la pole bajo la noche de Baréin. Pero se vino abajo y clasificó cuarto por detrás de su compañero Bottas. Y después, en carrera, remontó sí, de noveno a tercero, gracias sobre todo a un coche de seguridad, pero sin mucha ambición, sin pensar nunca en nada mejor. ¿Qué le pasa a Lewis Hamilton, que está desconocido?