En la cota más alta del macizo de las Tres Torres, a unos 659 metros de altitud, se alzan los restos de la atalaya medieval de Torre Alta, en el lugar donde siglos antes se ubicó un importante asentamiento iberorromano. Esta torre se levanta sobre una meseta de planta alargada, de unos 250 metros de longitud y unos 35 metros de anchura en el extremo Suroeste, y que se va ensanchando progresivamente hasta el extremo opuesto, en el que alcanza los 60 metros. La extensión total de la meseta, que se encuentra fortificada por una línea de muralla y bastiones en casi todo su perímetro, es algo superior a los diez mil metros cuadrados.

La torre es de forma cilíndrica y conserva una altura de unos diez metros, aunque debió alcanzar algunos más, ya que presenta un claro derrumbamiento o desmoche en su parte más alta. Su diámetro es de 6,5 metros y la anchura del muro de un metro y medio. No presenta puerta de acceso, ya que el orificio abierto en la zona este parece haber sido practicado recientemente por razones desconocidas; sí podemos observar dos aberturas o ventanas originarias: una mirando hacia el norte y abierta a unos siete metros de altura, y la otra hacia el Suroeste y a unos cuatro metros del suelo, de lo que se deduce que para acceder al interior se emplearía una escalera o escala de quita y pon.

Según Arjona Castro, esta torre pertenecía a la Cora de Priego, pudiendo tratarse de la que con el nombre de Hisn Aliya (que significa precisamente fortificación alta) aparece citada en el Muqtabis de Ibn Hayyan; o bien la que como al-Alliya (que significa igualmente la alta) aparece citada en el Bayan de Ibn Idari. Al igual que las otras dos torres cercanas, Torre Alta debió de ser una de las atalayas construidas en los alrededores de Priego de Córdoba por los nazaritas entre 1332 y 1341, cuando la ciudad estuvo bajo dominio del reino de Granada.

Pero el interés arqueológico de este cerro va más allá de los restos de esta atalaya. Aquí se encontró un cuchillo de cobre con dos remaches que podemos encuadrar tipológicamente dentro de la Edad del Bronce, así como pequeñas puntas de flecha de bronce, denominadas de arponcillo o barbillón, que cronológicamente se sitúan entre los siglos VII y VI. a.C. dentro del periodo denominado Orientalizante. Es decir, el que viene marcado por el contacto entre los comerciantes fenicios y Tartesos. Aunque, sin lugar a dudas, la ocupación más importante fue en época ibera, constituyendo un gran oppida, con importantes fortificaciones.A partir del lugar donde se alza la torre, la meseta baja en suave declive o en escalonamientos imperceptibles hacia el Noreste. Siguiendo las curvas de nivel, se pueden observar varios anillos de fortificación en todo el contorno de la meseta, excepto en las vertientes orientadas al Norte y al Noroeste, donde las pendientes caen en talud y en profundos tajos de roca natural, de 20 a 30 metros de altura, que hacen innecesaria la fortificación. Estos muros de fortificación pudieron servir de defensa a un pequeño poblado que perduró desde los tiempos íbero-romanos a los momentos árabes, ya que en sus laderas aparecen restos cerámicos de estos momentos, abundando entre ellos las cerámicas romanas (terra sigillata, tegulae, comerciales,...) y destacando las varias tumbas de incineración ibéricas dadas a conocer por investigadores como Carmona Ávila y Vaquerizo Gil en la última década del siglo XX.

Al mismo tiempo, aproximadamente en el centro de la meseta, adosadas al exterior de la fortificación de aquel sector, aparecen los restos de varias habitaciones excavadas en la roca viva. Próximos a estas habitaciones hay varios sillares de piedra caliza perfectamente labrados. También, a unos quince metros al Noreste de la torre, hay una construcción en forma de fosa, uno de cuyos extremos está perfectamente redondeado.