Desde las ruinas del castillo de Algar baja un crestón calizo en dirección al poblado del mismo nombre. En la estribación del citado crestón, sobre el contacto con el olivar, se alinea una pared rocosa, que forma una especie de arco, como si fuera una curiosa cueva de materia vegetal. Entre las rocas se aferran higueras y hiedras, y por debajo nace un manantial protegido por un dosel de zarzas y zarzaparrillas. La exuberante vegetación impide apreciar que en el centro se inserta un abrigo que ha venido en denominarse cueva de Algar o cueva de Salazar. Ambos topónimos son homónimos y derivados respectivamente del núcleo poblacional junto al que se halla y de la zona y cortijo junto al cual se ubica.

La aproximación final, por la intrincada vegetación existente bajo la boca de la cavidad puede ser bastante complicada, y en particular si no lo hacemos por el lugar adecuado. Los bloques desprendidos que se observan en el lugar demuestran que el origen de este abrigo seguramente se deba a los desplomes del farallón calizo bajo el que se ubica. Datos técnicos de la topografía de esta cueva podemos encontrarlos en el número 336 de la revista Carcabuey, de diciembre del 2014. En este artículo, escrito por Rafael Bermúdez Cano y Abén Aljama Martínez, miembros de Grupo Espeleológico G-40, se puede leer cómo este abrigo sirvió de albergue provisional para personas ambulantes, y hasta hace unos cuarenta años también como cochinera colectiva. La cueva de Algar, el manantial que mana a sus pies y las buenas tierras para el cultivo hacían este lugar idóneo para un asentamiento durante la prehistoria reciente.