Tengo que reconocer que, aun conociendo la exitosa carrera musical de Kyle Eastwood, me embargaba cierta inquietud referente a los prejuicios de tener un apellido famoso, pero tras su fascinante e impecable actuación de anoche en el Gran Teatro, que lució una buena y especializada asistencia, he decidido romper todas las lanzas a favor del consumado músico. Por derecho propio.

El viernes tuvimos la suerte y el honor de asistir a esta nueva aventura musical que celebra la reunión de tres destacados maestros de sus instrumentos, con Jean-Luc Ponty (Avranches 1942), indiscutible pionero del violín moderno, y Biréli Lagrène (Alsace 1966), el sucesor legítimo de Django Reinhardt. Así como el propio Kyle Eastwood (Los Ángeles, 1968), que enriquece con su nuevo enfoque los solos de sus dos homólogos en el escenario, siendo el catalizador y mediador perfecto para llevar esta formación a buen puerto por los recónditos universos de lo que hoy llamamos jazz contemporáneo y moderno.

La ya consabida maestría y mayor experiencia de Ponty, no evitó dejarnos con bocas y almas bien abiertas. Es un pionero e indiscutible maestro del violín en el área del jazz y el rock, que ha ampliado el vocabulario de la música moderna. Decía el gran violinista Stuff Smith: «Es un asesino, toca el violín como Coltrane lo hace con el saxo».

Qué decir del grandísimo Biréli Lagrène o cuando el pupilo supera al maestro. Infinita imaginación e impecable digitación, toque suave, delicado, pocas veces salvaje y rockero e inalcanzable en el uso de los armónicos, incluso haciendo solos con ellos.

Estos genios musicales pasearon su virtuosismo por los universos de un swing acústico contemporáneo, realizando incursiones groovies, líricas, románticas e incluso clásicas. Esta combinación de sus estilos únicos, colores inesperados y frases virtuosas dieron lugar a una experiencia fascinante, creando una música que toca las fibras del público y establece nuevos estándares.

El despliegue de facultades técnicas y sensoriales que tuvimos el lujo de presenciar adquiere el cum laude, el rien ne va plus, el «¡Matrícula de honor!», afirmaba mi buen amigo y músico Manolo González, entusiasmado.

En definitiva, un concierto difícilmente superable el que se pudo disfrutar que nos empujó más allá de los límites de la imaginación.