El concierto que nos regaló el Niño de Pura llenó de satisfacción a un público que desde el primer momento, con el inicio de la taranta, sopesó la magnitud de este gran maestro que desde hace tiempo convive entre nosotros como profesor en el Conservatorio Superior de Música Rafael Orozco. Las casi dos horas de actuación sirvieron para comprobar que su creatividad no establece fronteras, conclusión extraída de anteriores conciertos que hemos tenido ocasión de disfrutar en los que lo igual y lo distinto se dan la mano. Lo primero, por ese apabullante dominio de una impecable técnica de la que goza desde sus inicios, cuando lo vimos por vez primera en el Concurso Nacional de Córdoba acompañando a su hermano, el bailaor José Joaquín. Y en lo distinto, por ese torrente creativo que lo señala como una de las grandes guitarras de este tiempo.

Lo hizo todo con una perfección formal en la que sus extraordinarios recursos brillaron al alto nivel que presidió la noche, si bien las escalofriantes escalas marcan un tono diferenciador con el resto, ya que ahí es casi único, como alguna vez comentamos con nuestro llorado Agustín Gómez, que lo consideraba uno de los grandes de hoy.

El desarrollo de las alegrías, la fantasía abarcando distintos toques, la rara farruca, la soleá, la rondeña, bulerías, fandangos de Huelva… dieron paso a una rumba original y de abundancia rítmica, como casi todo el concierto, ayudado por su grupo que lo acompañó. Nuestro Churumbaque hizo magistralmente todo lo que le tocó cantar. Lleva el compás en sus venas y es un elemento primordial en el discurso del Niño de Pura, cuyas alabanzas hacia él nos causaron una grata satisfacción. La voz de Pura Navarro y las Palmas de María José Álvarez (hija y esposa del concertista) la segunda guitarra de Carmelo Picón, la percusión de su fiel Agustín Henke y el bajo de David Galloso, se plegaron magistralmente a su toque, en el que el baile de nuestro Keko puso la nota temperamental y flamenquísima a las que nos tiene acostumbrados en un teatro con tres cuartos de entrada pero volcado ante la excelencia del guitarrista.