Días pasados fallecía nuestro docto contertulio y muy querido amigo Francisco González Porras, Paco Porras para los amigos, dejando en nosotros un sentimiento de triste orfandad al perder nuestra tertulia --la de lectores del Quijote en La Sacristía-- tan paternal y preclara persona. Fue empleado de banca hasta su jubilación. Hombre de culto y religioso saber, y mejor estar, de todos se hizo querer por su hombría de bien, bondad y generosidad; sencillo, afable, cercano, y siempre de samaritano talante.

Querido Paco, "la del alba sería" cuando, como el bueno de don Quijote de la venta salía en busca de glorias terrenales, tú lo hacías saliendo de este mundo en busca también de gloria; pero en tu caso la más alta de todas: la del cielo. Algo que, siendo tú persona de fuerte convicción religiosa de raigambre cristiana y confiada espera, a buen seguro que la has alcanzado ya. Amigo Paco, no te hemos podido convencer cuando postrado ya en tu lecho, como lo hiciera el bueno de Sancho con su señor, con nuestro pensamiento te decíamos: "No se nos muera merced, señor don Francisco, que aún nos queda mucho por espumar en las páginas del Quijote".

Pero ya tu barca había puesto proa hacia las moradas del Señor, para cosechar los frutos sembrados por ti aquí con evangélica semilla a lo largo y dilatado surco de tu vida terrenal. Siempre, como el poeta dijera, "has mirado con los claros ojos abiertos, señas lejanas y escuchado a orilla del gran silencio". Silencio que para ti en este momento es ya epifanía. Nos decía el sacerdote oficiante de la ceremonia religiosa de tu adiós, no sé si uno del grupo de tus "viejos amigos viejos", como tantas veces te hemos oído decir simpáticamente: "Que Dios se vale de algunos hombres para que con su ejemplaridad de vida sean luz para los demás", señalándote como uno de esos elegidos; bien sabía el celebrante de tu bonhomía. Al final de la ceremonia, querido Paco, uno de tus hijos golpeó nuestra contenida emoción al decirnos a los asistentes cómo su padre había sido un hombre de fervorosa oración en la que siempre tenía presente a sus amigos con sus propios nombres. Gracias, Paco, por el regalo de cristiana ejemplaridad que nos dejas, nunca te olvidaremos, siempre irás en nuestra memoria. JOSE PEREZ ESTACIO