Hace poco más de un año, desde el balcón del Ayuntamiento, la alcaldesa Rita Barberá hacía burla a la Intifalla , una protesta festiva que denunciaba el ninguneo de las autoridades populares a las víctimas del accidente del metro. Con la lengua fuera y la mano en la nariz, señalaba su privilegiada posición y les decía: "Yo, aquí". Barberá sentía entonces que de allí no se iría nunca. Pero desde aquel día todo ha ido cuesta abajo para la alcaldesa de España , como la bautizó el mismo Mariano Rajoy que ahora proclama en referencia indirecta a ella que en el PP "todo el mundo tendrá el mismo trato" y que, en cuanto a sospechas de corrupción, "ya no se pasa ninguna".

En las últimas municipales, aunque fue primera fuerza política en Valencia, Barberá perdió 100.000 votos, la mitad de sus concejales y la alcaldía. Y dejó de ser aquel activo que levantaba pasiones en los mítines del PP y al que el propio Rajoy jaleaba, a pesar de estar ya señalada en el caso Emarsa por haber recibido de la trama varios bolsos de la lujosa marca Louis Vuitton; en el caso Nóos (del que escapó a pesar de que el juez José Castro vio claros indicios para imputarla) y en la ruinosa compra pública de la empresa quebrada que organizaba el Gran Premio de Fórmula 1 en Valencia.

25 escoltas

Barberá tampoco está formalmente investigada en el caso Imelsa , pero sí lo está todo su entorno; 20 asesores o exasesores y 14 concejales o exediles. Ahora, el balcón desde el que se la ve asomar es el de su casa, un edificio en el que hasta hace unos meses dos policías locales hacían guardia día y noche. Sin embargo, Barberá no es ahora menos accesible que antes. Nunca pisó mucho la calle, fuera de actos cuidadosamente preparados donde le acompañaba una cohorte de señoras y jóvenes de Nuevas Generaciones; ni bajó del coche oficial. Su Lancia Delta estuvo aparcado 23 años en el párking del Ayuntamiento. Según el actual alcalde, Joan Ribó (Compromís), Barberá tenía a su disposición más de 25 agentes ejerciendo de escoltas las 24 horas, incluso en vacaciones.

Aunque existen muchos rumores sobre su vida privada, poco se sabe de ella. De su juventud, que fue musa del humor de Valencia y que trabajó como periodista en el franquismo. De su modelo de gestión, que le gusta rodearse de su familia. Su hermana Asunción (Totón) Barberá fue su jefa de gabinete en el Ayuntamiento. Uno de sus sobrinos, Quique, un empresario al que contrataba habitualmente su consistorio, y a su sobrina Toti la colocó en un teatro municipal a las órdenes del empresario José Luis Moreno (que lo hundió). Pocos amigos se le conocen; si acaso M Carmen García Fuster, secretaria municipal del grupo popular y su más estrecha colaboradora. Con ella, que está en libertad bajo fianza de 150.000 euros, se le vio salir de su casa en coche el jueves.

Al margen de esta excepción, parece que entre sus compañeros de filas no cultivó amistad alguna, aunque cuando tenía mando en plaza todos la idolatraran. Hasta Alfonso Grau, exmano derecha y la máxima autoridad valenciana imputada en Nóos, ya no trata con ella. Ahora la llama "la señora Barberá" y cree que sí sabía que bajo su mandato hubo blanqueo y financiación ilegal.

Al hoy alcalde Ribó le resulta difícil creer que una alcaldesa "que decidía hasta el color de las flores" que cada año se plantaban en el puente más caro de mantener de la ciudad no estuviera "al tanto de todo". Ella ha admitido con orgullo en varias ocasiones que todos la llamaban "la jefa".

Ojito derecho de Manuel Fraga, fundó Alianza Popular en Valencia y fue candidata a la Generalitat bajo estas siglas. Perdió, como también lo hizo la primera vez que se presentó a la alcaldía, ya con el PP, cuando firmó lo que ella ahora llama "un pacto de perdedores" con Unió Valenciana para ser alcaldesa. Tras 32 años de diputada y 24 años de alcaldesa con cuatro mayorías absolutas, la senadora es ahora para el PP un bien amortizado.