Vaya por delante que ahora que se va a cumplir un año de su gran estallido, el asunto catalán ya se hace cansino y que el concepto la matraca lo engloba a la perfección. Eso sí, tiene copyright, aunque su autor continúa en el anonimato para la mayoría. Se trata de un preso de la cárcel de Soto del Real que compartió celda con Jordi Sànchez (expresidente de la plataforma independentista Asamblea Nacional Catalana). Después de unos días de convivencia tras los barrotes, el citado reo reclamó a las autoridades de la prisión que lo cambiaran de ubicación. El motivo: estaba «harto de la matraca».

En general, el soniquete o cantinela independentista que nos acompaña machaconamente a todos desde hace 12 meses (y más) es conocido popularmente como procés, palabra con una carga excesivamente positiva si tenemos en cuenta que da idea de un movimiento hacia alguna parte, cuando no parece ser el caso. En estos doce meses han pasado muchas cosas, pero en el fondo el independentismo catalán está tan lejos de lograr su objetivo como lo ha estado siempre.

Eso sí, hay nueve políticos en prisión preventiva y otros siete han huido de la justicia española. En total, casi una treintena de personas están imputadas. A ello se suma la figura de un presidente autonómico sospechoso de ser simplemente un títere y una mano autoexiliada que mece la cuna desde Bruselas. Los dos, Torra y Puigdemont, Puigdemont y Torra, siguen enrocados en la idea de que Cataluña ya es una república y que lo que hay que hacer ahora es «implementarla». Eso sí, a la hora de hacer cualquier balance, lo que más resalta de todo este último año es la (peligrosa) fractura social que impera en Cataluña -que va a más-, y la falta de empatía (por no decir desdén) que el movimiento secesionista provoca dentro y fuera del territorio español.

Desde mañana mismo se avecinan numerosas efemérides (ver gráfico adjunto), muchas fechas en el calendario que el año pasado estuvieron cargadas de tensión, decenas de momentos para el recuerdo y otros tantos que sería mejor olvidar de una vez.

Referéndum de juguete

Habrá quien destaque por encima de todo la actuación policial del 1-O, lo que se convirtió en la gran metedura de pata del Gobierno de Mariano Rajoy. El intento de frenar con la Policía y la Guardia Civil un referéndum que ya de salida se veía que era de juguete (el Govern asumió tácitamente el fracaso de la consulta desde el momento que permitió votar en cualquier colegio y sin necesidad de meter la papeleta en un sobre) no hizo sino poner la guinda a una mala gestión que venía de atrás, dañar la imagen del país y azuzar el victimismo: la Generalitat habló de ¡mil heridos!. Es cierto que hubo escenas impropias de un Estado como el español, pero también que los hechos se magnificaron interesadamente más allá de los límites de la verdad.

Otra de las fechas calientes tiene como protagonista al rey Felipe VI, que en calidad de jefe del Estado difundió por televisión un discurso al país que a la historia pasará por la semejanza con el que dio su padre en febrero de 1981 horas después del asalto del coronel Antonio Tejero al Congreso; y por servir de preámbulo, tácitamente, de lo que llegó días después de la mano de Rajoy: la aplicación del artículo 155 de la Constitución, es decir, la suspensión cautelar del autogobierno en Cataluña. Aquella comparecencia del Monarca quedó grabada a fuego en el listado de reproches y afrentas que maneja el secesionismo. Es más, Felipe VI «ya no es rey de los catalanes», en palabras de Quim Torra.

A los secesionistas les gusta señalar la fecha del 20 de septiembre del 2017 como la del big bang del proceso. Entonces, la Guardia Civil registró 50 sedes de la Generalitat y detuvo a 14 altos cargos. Miles de personas se congregaron delante de la sede de la consejería de Economía y los llamados Jordis (Cuixart y Sànchez) protagonizaron los hechos por los que después serían los primeros encarcelados provisionales.

Sin embargo, es probable que el pistoletazo haya que situarlo en sede parlamentaria, en la mismísima Cámara catalana, donde los días 6 y 7 de septiembre se puso en marcha una revolución desde arriba, aunque con aires de sainete. Los grupos independentistas, con el necesario apoyo de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, se saltaron las reglas del juego establecidas y se fabricaron otras a medida, pese a las advertencias de los propios letrados de la Cámara, para lanzarse de cabeza a la república, aunque en el fondo terminara por convertirse en un viaje a ninguna parte (o a Bruselas). Fueron sesiones llegadas a la madrugada en las que se desdeñó a la oposición; es decir, a los representantes de la sociedad catalana no separatista, que también existe. Después de aquello han pasado muchas cosas, demasiadas, y van a pasar muchas más, pero paradójicamente el día que todo empezó también terminó: el independentismo perdió la razón.