El secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, atribuyó ayer a una «cacería» la polvareda levantada intencionadamente tras conocerse su reunión con Pablo González, en prisión por la operación Lezo, un encuentro «tergiversado y manoseado» del que «nada se ha ocultado» y «nadie se ha escondido». Nieto compareció a petición propia y del PSOE en la Comisión de Interior del Congreso para dar cuenta de su cita el 8 de marzo en su despacho con el hermano del expresidente madrileño Ignacio González -ambos en prisión por el caso de corrupción en el Canal de Isabel II-, un encuentro que ha llevado al PSOE a pedir la dimisión del número dos de Interior.

Poco tiempo le llevó a Nieto explicar los 15 minutos que estuvo con Pablo González, quien en enero había pedido ya esa reunión e insistido después. Finalmente la cita se incluyó en la agenda del día 8 de marzo. Se produjo en su despacho oficial «a la vista de todos los trabajadores» y en ella se habló de la seguridad privada en los mercados. Aunque estaba prevista a las 9:30 horas, la entrevista comenzó 10 minutos más tarde y a las 9:55 horas les avisaron de que tenía que terminar para llegar a tiempo a la habitual reunión en la Moncloa de secretarios y subsecretarios.

LINCHAMIENTO / Y hasta ahí la explicación de la reunión por parte de Nieto, que empleó el resto de su intervención -la comisión duró tres horas- en defenderse de las «veladas» acusaciones basadas en supuestas informaciones de un «supuesto sumario secreto» y a «disipar la polvareda» que ha impedido ver la verdad.

Por todo ello, lamentó el «linchamiento» y subrayó que ahora, una semana después de que saliera a la luz esa reunión, todavía se pregunta de qué se le acusa, si de «ordenar mal» su agenda, de recibir a un directivo de una empresa pública, de «no pedir a la Policía su ficha» o de «inmiscuirme» o, incluso, de no hacerlo en las investigaciones de la UCO.

«¿Se me acusa de ser de Córdoba, de provincias?», preguntó Nieto, quien dejó claro que preferiría repetir el «calvario» que está viviendo antes que incumplir la ley, que es lo que hubiera hecho si hubiera tenido conocimiento de las investigaciones de la UCO de la Guardia Civil.

Para argumentar su defensa, se centró en tres líneas: la primera de ellas la jurídica para volver a negar cualquier injerencia del Ejecutivo en las investigaciones dirigidas por los jueces. En la segunda, la ética. Nieto arremetió contra quienes no permiten que «la verdad no nos estropee un buen titular ni un linchamiento político» y en la línea lógica esgrimió que si tan «interesante» fue lo que le dijo él a González, por qué no ha trascendido a quién le comentó éste el resultado del encuentro. Nieto reprochó a la oposición unas acusaciones que, a su juicio, no han sustentado en dato ni prueba alguna y de dar por cierto todo lo publicado sin soporte documental. «¿Alguno ha visto el documento, el auto? Yo no», interpeló.

Desde la oposición fue el diputado socialista Antonio Trevín el más duro con Nieto, al que recriminó su «compadreo» con la corrupción del PP, de tener «amistades peligrosas» y de estar «en la inopia o de mentir descaradamente».

Rafael Mayoral, de Podemos, que aprovechó para defender los motivos de la moción de censura que estudia su grupo, ironizó sobre la reunión y dijo que al menos el encuentro se produjo antes de que González estuviera imputado, «todo un avance» en comparación con el anterior ministro, que recibió al exministro Rato sabiendo que era investigado.

Por Ciudadanos, Miguel Gutiérrez se remitió al proceso judicial para esclarecer este asunto, aunque consideró una «torpeza política» que Nieto se reuniera con González y mostró su cansancio ante la corrupción del PP que «enfanga» las instituciones.

Gabriel Rufián, de ERC, formuló en su tono habitual diez preguntas a Nieto, que éste le respondió en la réplica, y le dirigió algunas frases como estas: «Es más chulo que un ocho», «Le han pillado con el carrito del helado», «Se ha hecho la rubia, pero no se apellida Borbón e igual no le sale gratis».

Tras escuchar a los diputados, Nieto reconoció que salía de la Cámara baja casi más tranquilo que cuando entró.