Las manecillas del procés giran tan veloces que a veces pasan fugaces momentos que merecerían ser periodísticamente saboreados con calma, y Roger Torrent, presidente del Parlament, protagonizó uno el pasado 27-O -el día de la supuesta proclamación de la independencia de Cataluña-, que no debería ser olvidado, sobre todo ahora que, quién sabe, a lo mejor cobra un protagonismo creciente y hay que reescribir su perfil político con más espacio del dedicado hasta ahora.

Ocurrió en el Parlament. Con miles de personas expectantes. Y con medios de comunicación de medio mundo que retransmitían, en directo algunos, lo que allí sucedía. El primer momento Torrent tuvo lugar justo después de que los diputados del PSC y los de Ciutadans abandonaban el pleno. Pidió la palabra para solicitar a la entonces presidenta de la Cámara, Carme Forcadell, una alteración del orden del día cuyo propósito no se intuía con claridad. Quería que la primera de las propuestas de resolución presentadas, la de Junts pel Sí y la CUP, fuera votada la última y que, además, lo fuera con urna.

La táctica

Se supuso entonces que el propósito era que, para evitar posteriores sustos judiciales, los diputados independentistas pudieran esconder el sentido de su voto bajo el secreto que proporcionaba la urna. La cosa iba más allá, y Torrent lo sabía.

Se levantó el telón del misterio una media hora después, justo cuando los diputados del PP también abandonaron el hemiciclo. Fue un instante desconcertante, porque desfiló Xavier García Albiol, pero también salió todo el personal del Parlament. Hasta los ujieres.

Fue entonces cuando Torrent volvió a pedir la palabra. Le pidió a la presidenta de la Cámara que, «mientras llega la urna», leyera la parte declarativa de la resolución que iba a votarse, y le especificó los párrafos en concreto que deseaba escuchar. El texto que leyó Forcadell era el de la épica. «Constituimos la república catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social». En los alrededores del Parlament había ya quien lloraba de emoción, y eso que el texto aún proseguía. «Asumimos el mandato del pueblo de Cataluña expresado en el referéndum de autodeterminación del 1 de octubre y declaramos que Cataluña se convierte en un Estado independiente en forma de república».

Por televisión se retransmitió la lectura de aquellos textos, llegó la urna y se procedió a votar, pero en ningún momento se subrayó que los textos leídos no tenían valor legislativo, que eran una simple introducción declarativa de una propuesta de resolución en la que, más tímidamente, simplemente se reclamaba al Govern que hiciera cuanto pudiera para que Cataluña fuera un Estado independiente.

Fue una votación concebida por y para la televisión, para que no se distinguiera la línea que separa la realidad de la ficción, como Orson Welles hizo radiofónicamente en 1938 con su adaptación de La guerra de los mundos.