La Infanta Cristina llegó a Barcelona el año de los Juegos Olímpicos en busca del mar, de intimidad y de la libertad que daba estar alejada de su familia. Pero en su camino se cruzó Iñaki Urdangarín, un alto, joven y rubio jugador de balonmano. Era el 'yerno perfecto'. Del compromiso a la boda pasaron 5 meses. Después llegaron Juan, Pablo, Miguel e Irene.

Una vida modélica: cuatro hijos, padre emprendedor y madre directiva. Vida que discurría en su mansión de Pedralbes: 1.000 metros cuadrados y una hipoteca de 20.000 euros mensuales. Una vida a cuerpo de rey inasumible hasta para una Infanta. Por eso Urdangarín aceptó una oferta del alto directivo de Telefónica en Washington, y ahí, en la capital norteamericana, se encontraban cuando estalla el caso Nóos. Miles de kilómetros que no les salvaron del acecho de las cámaras. Su único apoyo, única visita, la de la Reina Sofía. Cristina sólo habla con su madre y su hermana.

A su vuelta a Barcelona, en 2012, son reiteradamente increpados. Su relación con Felipe se agrieta. La distancia es cada vez mayor. Urdangarín es apartado de cualquier acto público de la Familia Real. Demasiada presión en España, así que en 2013, se trasladan a Ginebra. Desde Suiza, Cristina ve como es coronado su hermano. Luego llegaron los paseíllos por la famosa rampa: el de él y el de ella, y hoy la absolución y la condena. Unidos ante cualquier adversidad judicial. Lo que no ha separado el banquillo, habrá que ver si lo rompe una condena de prisión.