Pablo Iglesias e Íñigo Errejón echaron cuentas el martes desde sus escaños en el Congreso y vieron que no les cuadraban. Había 10 votos más de los anunciados en los apoyos a PP y Ciudadanos para conformar la Mesa de la Cámara, así que preguntaron a los portavoces de Convergència, el PNV y ERC si habían sido ellos quienes los habían prestado. Le respondieron que no con tal vehemencia que -admiten- les pareció casi imposible que les estuvieran mintiendo, y volvieron al escaño a repetir unas sumas que, todavía hoy, arrojan un resultado mágico. Ninguno de los nacionalistas asume la paternidad de esos votos que blindaron el dominio conservador en el Parlamento, amparados en el anonimato de una votación secreta. ¿Es coherente que diputados que se jactan de hacer una política transparente accedan a participar en elecciones opacas? ¿Tiene sentido seguir manteniendo ese procedimiento?

Hay división de opiniones. A preguntas de este diario, Podemos y Ciudadanos se muestran dispuestos a eliminar todo voto secreto. El PSOE lo defiende, siempre que se den explicaciones. El PP recuerda que nadie ha pedido suprimirlo. Y, más allá de la voluntad política, los juristas de la Cámara ven obstáculos procedimentales.

Las votaciones secretas están descritas en el reglamento del Congreso, que data de 1982, y aunque en las últimas legislaturas los partidos han tratado infructuosamente de reformar aspectos de la normativa, ninguno de ellos ha presentado iniciativa alguna para que las votaciones sean en abierto.

El reglamento establece que las decisiones pueden ser por asentimiento (cuando se presume que habrá unanimidad), ordinarias (pulsando el botón del escaño), públicas por llamamiento (se nombra a cada diputado) o secretas. Estas últimas lo son siempre que implica la elección de personas, según dicta el artículo 87. Para aprobar los cargos del Tribunal Constitucional, los del Consejo General del Poder Judicial, o los de la Mesa del Congreso, los diputados son llamados desde la tribuna, se levantan y depositan un nombre en una urna. Solo existe una excepción al voto secreto para elegir cargos, la investidura del presidente del Gobierno, en el que cada señoría se pone en pie en su escaño e indica su voto de viva voz.

El PSOE no ve inconveniente en este tipo de elección, siempre que los partidos ofrezcan explicaciones. «El voto solo es secreto en contadas ocasiones. Ningún grupo ha pedido hasta ahora la supresión de una fórmula que consideramos que sigue siendo correcta. El problema de lo que ha ocurrido ahora es que por primera vez hay 10 votos que nadie reconoce. Los grupos siempre habían explicado su voto, pero esta vez, de forma algo marrullera, no», argumentan los socialistas.

Podemos va más allá. Considera que las votaciones secretas en la Cámara deberían ser eliminadas. «Todo representante público ha de dar la cara ante sus electores y el resto de la ciudadanía». «No está bien votar en el Parlamento y luego esconder la mano», señala Íñigo Errejón.

Ciudadanos también se muestra dispuesto a modificar el reglamento del Congreso de los Diputados para impedir las votaciones secretas. «No tendríamos problema en asumir esa medida», confirma su vicesecretario, José Manuel Villegas.

Fuentes de la dirección del PP en el Congreso insisten en que ningún grupo ha pedido eliminar esa forma de elección. Aseguran que apoyarían que se estudiase si se reabre una ponencia para una revisión global -no solo de ese aspecto- de una normativa desfasada. Voces próximas a los conservadores defienden, además, la utilidad del voto secreto en asuntos controvertidos, puesto que permite a los diputados no acatar la disciplina de partido.

VOTAR DE VIDA VOZ

Los juristas del Congreso argumentan que, para que el voto no fuera secreto, habría que hacerlo de viva voz, lo que comportaría que los últimos diputados en votar podrían ver el resultado parcial en ese momento y votar en función de este. Queda en el aire la posibilidad de configurar un nuevo sistema informático que permita el voto público y simultáneo de diversos nombres. «En todo caso, la polémica no tiene sentido. Todo el mundo sabe de qué grupos han salido los votos», opinan los letrados de la Cámara.