Este lunes vino la primavera y abrió la sesión Marta Vallès, que es la mujer de Fèlix Millet. Traía de la cafetería un cruasán cogido con una servilleta de papel, y al entrar en la sala se lo endilgó a su hija, que la acompañó con la pasta en la mano en el sentido repostero de la expresión. También comparecía Mercedes Mir, que es la mujer de Jordi Montull. No iban como acusadas, pero tampoco como testigos, así que se concluyó que estaban en calidad de demandadas civiles, una condición que ni la propia presidenta del tribunal fue capaz de precisar, pero que sirvió para dispensarlas de prestar juramento y permitirles contestar a quienes consideraran. Al final resultó que solo les quisieron preguntar el abogado que representa a la Fundació del Palau y la abogada defensora de Marta Vallès, la cual es heredera (la mujer de Millet, no la abogada) de la fábrica papelera Guarro, y siguiendo la tradición familiar hizo muy buen papel.

“Mi marido es buena persona, pero mejor no discutir con él”, esto fue lo que contestó cuando le preguntaron si tuvo conocimiento de lo que habían costado las obras de su casa, las bodas de sus dos hijas o los viajazos con la familia, y de dónde salió ese dinero. Y acto seguido lo argumentó: “Mi marido tenía muchos ingresos: de la Mútua, del Palau, de la Caixa..., y yo nunca le preguntaba de dónde salía el dinero, porque teníamos dinero”. Entonces la acusación quiso saber si tenía idea de por qué ahora le pedían explicaciones, a lo que respondió: “¡Me habré portado mal!”. Ya lo dijo Milan Kundera, no hay sufrimiento tan terrible como la insoportable levedad de ser rico. Por su parte, Mercedes Mir, la mujer de Montull, explicó que de joven había estudiado Comercio, que firmaba sin preguntar todo lo que le pedía el notario y que “en casa los dineros eran de casa” y no se distinguía de donde venían. Respecto a los viajes, contó que siempre creyó que eran un regalo que les hacía el señor Millet. La clase obrera va al paraíso y la clase media a Palafrugell.

También en condición de demandadas civiles declararon Clara Millet y su hermana Laila (que era la que se había quedado el cruasán). Clara es la hija hippie con residencia en Australia, y dijo que solo se enteró de los gastos de su boda cuando salió el caso en la prensa, y, claro, se quedó helada. Aprovechó para afearle a su padre que de los 400 asistentes a la comilona en el Palau, a ella solo le dejase invitar a dos mesas, y que encima se celebrase la boda un viernes laborable a la una del mediodía, de modo que a sus amigos les pillaba trabajando. Desmintió el sablazo de Millet al padre del novio, y aclaró que su suegro únicamente había corrido con el gasto de sus invitados particulares y del 'disc-jockey' (apenas unos 8.000 euros). Antes de tener que emigrar a Australia, pues por Europa se le han cerrado las puertas con el escándalo de su padre, trabajaba en el Palau; pero la despidieron, fue a juicio laboral y lo ganó. Aún así, decidió marcharse con su marido. Aquí, su padre les había ayudado con el alquiler del piso dándoles dinero en efectivo. A Estados Unidos fue a donde tuvo que irse su hermana Laila, que es más de fantasía interior; pero lo hizo para dar a luz a sus hijas con el fin de que así tuvieran la doble nacionalidad y “más oportunidades”. Como la Mútua (que había presidido Millet) no le cubría el parto en el extranjero, se cambió a Wintenthur que el parto lo cubría en parte (y lo que faltaba lo ponía su padre). Durante la declaración se mostró muy compungida porque en América ha tenido que empezar su vida desde cero, ha llegado a recibir ayuda del Estado pues los ingresos familiares eran muy bajos, y ahora sus hijos apenas conocen a los abuelos, sus padres se hacen mayores y la familia pasa las navidades sola.