Resiste y vencerás. Con esta máxima, Mariano Rajoy ha ido sobreviviendo en su larga trayectoria frente a los conflictos políticos, como el desafío independentista catalán y los enemigos internos y, sobre todo, ante los escándalos de corrupción que cercan al partido. Para ello, la estrategia empleada está de sobra engrasada: dejar caer a los protagonistas de los episodios turbios para tratar de poner un cortafuego en torno al líder y su equipo de máxima confianza. De esta forma, el presidente ha ido dejando un reguero de cadáveres políticos de dirigentes que, en la inmensa mayoría de los casos, se han inmolado. Es decir, Rajoy les ha marcado el camino hasta el precipicio, pero luego se han arrojado ellos solos.

La lista de caídos por la corrupción es larga y profusa. Esperanza Aguirre fue la última en añadirse, pero con alta probabilidad en breve tendrá nuevos compañeros de viaje hacia el averno. Rajoy no movió un dedo para deshacerse de su archienemiga y, como suele hacer, dejó todo en manos de la cúpula del PP.

Filtraciones

Así, el mismo día que detuvieron al expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González, la dirección del partido empezó a dejar caer ante los periodistas que el arresto del número dos de Aguirre complicaba que esta repitiese en las listas como candidata al Ayuntamiento de Madrid. Al día siguiente, empezó a filtrar su deseo de que dejase el acta, mientras en público evitaba apoyarla. Todo para que la lideresa recibiese el mensaje de que estaba completamente sola. Esta situación, unida a que ya ella había sentado el precedente de asumir su responsabilidad in vigilando, hizo que Aguirre arrojara la toalla.

Unas semanas antes había dimitido también Pedro Antonio Sánchez, imputado por el caso Auditorio. En un principio, Rajoy pidió respetar la presunción de inocencia, algo también habitual en él. Pero, tres días antes de que se votara la moción de censura contra el presidente de Murcia, llegó el demoledor auto del juez del caso Púnica, que atribuyó al dirigente tres nuevos delitos, y el PP se vio forzado a dar marcha atrás. En esta ocasión, Rajoy sí habló con él y, junto al coordinador, Fernando Martínez-Maillo, acordaron las condiciones de su salida, que Sánchez vendió como un sacrificio para evitar un Gobierno tripartito en la región.

La rebeldía de Barberá

Pero en una de esas jornadas negras que sufren los conservadores periódicamente -en la que se conoció, en primer lugar, que Jaume Matas, uno de los primeros cadáveres corruptos de Rajoy, ultimaba un pacto con la fiscalía para confesar sus delitos y, en segundo lugar, que el Tribunal Supremo abría una investigación penal a Rita Barberá-, el PP empezó a sondear a la exalcaldesa para que diera un paso atrás.

Rita Barberá, peso pesado en el PP y amiga de Rajoy, sacó toda su rebeldía. Su apego al cargo y su altivas y esperpénticas explicaciones en torno al caso Taula causaron una implosión en el PP, con los jóvenes vicesecretarios pidiendo mano dura mientras el presidente seguía de su lado.

Barberá se resistió y solo aceptó abandonar temporalmente la militancia del partido después de que este la amenazara con convocar el órgano preciso para expulsarla. La exregidora se aferró a su acta de senadora, hasta que, para disgusto de Rajoy y todo el PP, falleció de un infarto y, con su muerte, cesó la polémica.

Echando la vista atrás, antes que ellos cayeron Luis Bárcenas, Rodrigo Rato, Francisco Camps, Carlos Fabra, Ana Mato y José Manuel Soria. Unos pidieron voluntariamente su baja en el PP y otros dimitieron de sus cargos, como la exministra, por beneficiarse presuntamente de la trama Gürtel, y el extitular de Industria, por sus mentiras relacionadas con los papeles de Panamá.

Aunque la operación empujón haya sido la táctica más repetida por Rajoy, ante casos flagrantes como el de Ignacio González y Alfonso Rus, pillado en una grabación contando billetes, el Partido Popular ha actuado de oficio. Todo con un objetivo definido: salvar las siglas y la cabeza del líder.