Parece descontado que el próximo congreso de Partido Popular oficiará una congregación de la fe mariana. Durante un plácido fin de semana de febrero, los congresistas podrán aplaudir con fervor el desfile de barones y mandos compitiendo por demostrar quién narra mejor lo difícil que estaba todo, lo sabio que Mariano Rajoy demostró ser y sus pasmosas habilidades como estratega. Para poder mantener una cierta apariencia de congreso político, a la actual dirección popular le hacen falta algunos extras dispuestos a representar un papel pequeño, pero imprescindible, para no morir de éxito o rutina con tanta unanimidad. Alguien tiene que hacer de crítico, aunque solo sea por el qué dirán.

José María Aznar era el mejor candidato para hacer de extra crítico aunque disciplinado, pero parece que con el anterior congreso ya tuvo bastante. Ha preferido rehusar un encasillamiento que no es bueno para sus negocios y ha dejado al PP a la busca de aspirantes dispuestos a actuar de extras críticos.

La siempre oportuna Cristina Cifuentes ha visto su oportunidad y se ha lanzado a aprovecharla, presentándose voluntaria para el papel manteniendo su enmienda por las primarias. Una propuesta tan llamativa como inocua y que, además, da algo de espectáculo a un congreso que aburría solo de pensarlo.

El negocio político sale redondo. El PP puede crear la ilusión de abrir un debate político moderno y actual respecto a un asunto que buena parte de sus votantes no sitúan entre sus preocupaciones más acuciantes, y la mayoría de sus militantes y cargos estarán encantados de cerrar con un rotundo y democrático no, mientras se aseguran que el líder se elija como Dios manda. La sosa propuesta de doble vuelta de Martínez Maíllo cobra un súbito interés como punto medio. Se convierte en el mejor cierre posible para una discusión que nadie relevante en la organización quiere dejar abierta porque, dado lo visto en otros partidos, se sabe cómo empieza pero no cómo puede acabar. El relato les va a quedar redondo: el PP no rechaza las primarias, escoge un sistema mejor y más fiable.

Cristina Cifuentes ha logrado que se hable del Partido Popular de Madrid por algo que no sea corrupción y, de paso, se asegura unas cuantas apariciones en medios para seguir trabajando su imagen de candidata alternativa a la sucesión que el marianismo pueda tener planificada, en un futuro más lejano de lo que parecía hace unos meses. Tampoco le viene mal jugar la carta regeneradora para seguir ganando por la mano la partida a sus socios de Ciudadanos.

A Mariano Rajoy se le reserva el papel de líder paciente y prudente, con disposición a debatir sobre lo que le echen y un poder tan aplastante como indiscutible en el partido para zanjar las polémicas cuándo y cómo más le convenga.

Al líder no le basta la apariencia del mando. Le conviene ejercerlo de vez en cuando en todo su esplendor para que nadie se despiste. Todo el mundo gana. La máquina funciona. Por eso el Partido Popular es el primer partido.