El Aquarius ya es un símbolo de la crisis migratoria. Como lo fue Aylan, el niño sirio ahogado en una playa de Turquía. El barco de Médicos Sin Fronteras (MSF) y SOS Mediterranée reposa en el puerto de Valencia tras una travesía que ha agotado a sus 630 ocupantes y sacado los colores a media Europa. Los primeros tienen una ardua tarea de reconstrucción de sus vidas. Los segundos, los gobiernos salpicados por la llegada masiva de inmigrantes, se enfrentan a decisiones políticas que, en opinión de las oenegés, no hacen más que «incrementar el número de muertos en el Mediterráneo». Una guerra abierta entre activistas y gestores que seguirá librándose en los despachos. Y sobre todo, en alta mar, adónde los salvavidas ya han anunciado que regresarán muy pronto. Con el Aquarius, por supuesto.

El operativo para recibir a los migrantes rescatados por el barco de bandera gibraltareña, acompañado por los dos navíos italianos que lo han custodiado y han llevado a parte del pasaje, funcionó bien, según lo previsto, con 2.320 personas encargándose de todo, desde traductores voluntarios hasta psicólogos, pasando por sanitarios, policías y asistentes sociales. Los inmigrantes, de 31 nacionalidades distintas, con mayoría de sudaneses, argelinos, eritreos y nigerianos, arrimaron a tierras españolas más salvos que sanos.

Estado de salud / No se teme por la vida de ninguno, pero su estado de salud resultó ser peor de lo previsto. Un total de 144 tuvieron que ser trasladados a hospitales, aunque solo media docena requirió ser ingresados. No solo mareos y vómitos por las olas de cuatro metros. También quemaduras (la letal mezcla de agua de mar y combustible) y otras lesiones que fueron tratadas a bordo durante la larga semana de navegación. «Una odisea innecesaria e inaceptable», aseguró David Beversluis, uno de los médicos del barco.

Lo sucedido en las últimas horas alumbra varias lecturas. La política pasa por el Consejo de Europa que la semana que viene tiene previsto abordar la crisis migratoria, con una Italia, o mejor dicho, con un Gobierno italiano cerrado en banda y negándose a acoger los rescates que no lleven su bandera, y una España que ha cogido protagonismo con su inesperado y astuto gesto de acoger a los 630 del Aquarius. Todos, arbitrados por una Angela Merkel que sufre el azote de la oposición -y de parte de su partido- por su política de puertas abiertas a migrantes y refugiados. Se prevé que sea un encuentro movidito. Ingredientes no faltarán: el secretario de Estado belga, Theo Francken, lamentó la llegada del buque a España preguntándose «con qué derecho entran en la Unión Europea».

Sophie Beau, cofundadora de SOS Mediterranée, consideró «criminal» la acción de Europa, exigió «dignidad y humanidad» e insistió en que «menos barcos en el Mediterráneo significa más muertes predecibles». «Volveremos al mar», avanzó. La lectura social tiene que ver con la opinión pública, con la marea de apoyos que ha desatado el Aquarius y las organizaciones que lo comandan. Por último, la visión humanitaria, la más invisible pero la más importante, con los barcos que siguen sacando del agua a centenares de personas que buscan un porvenir en el Viejo Continente. De ahí que MSF haya censurado que los tres barcos se hayan convertido en «navíos de transporte» cuando lo que deberían estar haciendo es «salvar a gente».

La acogida / Mientras los responsables públicos deshojan la margarita, las oenegés, con el viento de la popularidad en la espalda, no escatiman punzantes dardos contra unos «gobiernos europeos que priorizan los réditos políticos al rescate de vidas humanas en el mar». «Las personas que iban en el Aquarius se las ha transportado de un barco a otro como si fueran mercancía y han tenido que soportar innecesariamente un viaje más largo y duro», según Karline Kleijer, coordinadora de emergencias de MSF.

El enorme dispositivo de acogida se ha puesto en marcha de madrugada. Los taxis que llevaban a periodistas y voluntarios a la Marina del Puerto de Valencia aprovechaban para recoger a los últimos clientes de las discotecas de la zona. El enorme despliegue de seguridad y de medios de comunicación centraba las conversaciones de los que se recogían a casa. «Yo quiero ayudar, yo quiero ir», les decía a sus amigas una joven ya mareada antes de haber subido a ningún barco. «¡Qué show! Cuando desembarcan allá abajo no viene tanta gente», disparaba un periodista con acento canario.