Son tiempos estos en los que se habla mucho de libros, de lectura, tiempos, días que me hacen reflexionar, recordar años de mi infancia en los que los mayores, alrededor de la mesa camilla, en los inviernos, o en las puertas de las casas, en los veranos, nos leían o contaban cuentos que nos embelesaban, tanto por su contenido como por la relajada narración que era pródiga en descripciones, diálogos, comentarios y que se prestaban a la motivación, ante todo, por los libros. Hoy día no hay tiempo para compartir con los pequeños la magia de la lectura y, en una dejación de responsabilidades, los padres esperan que esta labor sea práctica exclusiva de la escuela. No obstante, la lectura es un valor que debe rebasar el ámbito escolar porque no se trata simplemente de un proceso más de aprendizaje, sino, sobre todo, porque mediante su dominio se adquirirán destrezas, actitudes, competencias que les van a resultar imprescindibles en la vida cotidiana y en su integración con grandes posibilidades en la sociedad. Llegan las vacaciones y con ellas el gran interrogante de padres, en general: «¿y ahora qué?». Por supuesto que los niños tienen idéntico derecho que los mayores a descansar de su cotidianidad laboral en las aulas, derecho que a veces atropellamos tratando de emplearlos en nuevas tareas, como sabemos todos. Desde mi punto de vista nada mejor que libros, lecturas a mano para compartir. Libros que los niños deben elegir de forma que estén en línea con sus gustos y preferencias, libros, lecturas que los padres deben acompañar de forma que ayuden a comprender, trascender e interiorizar. No olvidemos que huir de la lectura es huir del argumento de la razón, de la claridad, de la capacidad de opinión y crítica. Fomentemos, pues, la lectura en este tiempo si deseamos ciudadanos preparados y libres.