Resulta agradable escuchar, y no es muy frecuente, en boca de los políticos prioridades en temas tan necesarios y básicos en nuestra sociedad como Educación y Cultura. Y es que si siempre educar fue una tarea trascendente y ardua, basada ante todo en la instrucción, hoy todo es diferente de cara a una sociedad rica y cambiante. De ahí que educar en estos tiempos sea todo un reto que conlleve una visión globalizadora, tanto del mundo como del individuo. De gran actualidad me parecen las palabras de H.Grassi: la educación -dice- es la respuesta más grande y plena que pueda darse al hombre, sobre todo en tiempos tan dramáticos como los que atravesamos. Y no sólo porque el futuro dependa de los niños y jóvenes sino sobre todo, porque la tarea del educador, la educación implica el riesgo de la libertad, que deja primero que aflore y después que se desvele cada vez más la naturaleza de la existencia humana y la dignidad de cada ser. Cada niño es un nuevo inicio, es toda la historia de la humanidad que vuelve a empezar. La educación es un descubrimiento continuo de puntos consistentes que permiten afrontar la vida con una esperanza cierta. Educar es introducir en la realidad el significado de las cosas, aun cuando parezcan no tenerlo. Educar es decir a los jóvenes que el absurdo no es la definición última de la existencia, que la vida es algo más que una fábula contada por un idiota. Nada más terminar la 2ª Guerra Mundial, el padre Lyonnet escribía: «Inclinarse sobre el alma de un niño que podrá ser un santo, o que quizás será infiel a la gracia de Dios, es mucho más apasionante e importante que saber a dónde nos conducirán los conflictos; de hecho, el destino del mundo está, en última instancia, en las manos de este niño». Ánimo compañeros, que nada ni nadie oscurezca la trascendente tarea de educar.