No hace mucho me encontré con un antiguo alumno que me contó cómo gracias al dibujo había llegado a ser un creativo diseñador con trabajo en Madrid en un gran bufete de arquitectos. Recordé la poca importancia que se le daban a las asignaturas llamadas marías y que, de la noche a la mañana, se borraron de los planes educativos.

Se denominaban así, marías, a las asignaturas que eran fáciles de aprobar y no decisivas para promocionar cursos. Eran años aquellos en los que se desconocía que todos nacemos con disposición a diversos tipos de inteligencia, y de ahí que los saberes se cifraban ante todo en dos: Matemáticas y Lenguaje.

Los padres consideraban (y todavía hoy) que sus hijos debían dedicar mucho tiempo a estas asignaturas porque tenían que centrarse en superarlas.

Pero, claro, esto era causa de grandes fracasos porque discriminaba a los que nacían, como todos, dotados de idénticas facultades, pero como todos también, con mayor grado de predisposición para algunas. Así, el dibujo, por ejemplo, era considerado como algo que entretenía y ayudaba a pasar el rato. De igual forma las plásticas donde se fomentaba la creatividad al tiempo que los alumnos aprendían a manejar ciertas herramientas.

Recuerdo los clásicos braseros de antes que por menos de nada dejaban de funcionar. Un día a la semana, dedicábamos la tarde a arreglar cacharros, ¡y qué montón de braseros pusimos entre todos a fucionar!. De estas llamadas asignaturas marías, muchos alumnos, hoy día, salvados del fracaso, han logrado alcanzar una vida y trabajo dignos. Hoy se habla de educar en competencias pero, ¿en todas ellas? ¿se vuelven a incluir las marías o se camuflan en una de las siete que son consideradas básicas?