Desde que me recuerdo en mis más lejanos años de infancia, hay dos sueños que persigo aún sin saber tan siquiera adónde me pueden llevar ni qué trayectoria debo recorrer: ser maestra y ser escritora. Dos sueños que crecieron al unísono con mis estudios, años y posibilidades, sin que mi trayectoria se desviara un ápice de mis precoces sueños, de mis deseos. Y con la ilusión de trabajar por unos niños felices que asistieran a las aulas por placer de aprender, de relacionarse con sus maestros, con sus compañeros, por el inmenso placer de compartir, de jugar, de trabajar en grupos, que juntos investigaran, aprendieran... La experiencia me fue enseñando cómo hacer realidad mis quimeras de niña. Trabajé y luché por conseguirlo, aunque no todos los niños de España, ni todos los niños andaluces estaban a mi alcance, ni tan siquiera remota. Escribí obras, artículos, blogs, revistas, etc. ¿Y qué? Pues nada, que en la escuela se sigue hablando de tareas, exámenes, libros y más libros, se sigue promoviendo un rechazo absoluto de los alumnos por sus clases. Qué pena siento cuando oigo hablar de los niños, sobre todo, pequeños, y se dice que no estudian, que suspenden exámenes, que solo quieren jugar... Yo creo, sinceramente, que nos estamos cargando la infancia, que le estamos robando sus juegos, las relaciones entre amigos, los tiempos de ocio, la vida en definitiva de niños que deben forjarse entre pequeños y diarios placeres. Muchos años con un sueño y con muchos trabajos, para que hoy sigan inamovibles conceptos tan básicos y trasnochados. Los medios de comunicación tendrían que dedicar programas educativos de cara a padres y maestros que parecen no haberse enterado, que nada es lo que era y menos aún nuestros niños, a los que juzgamos negativamente por no ser lo que nosotros fuimos.